Ignacio mío adorado: después de tantos meses pasados sin que llegara a mí ninguna carta tuya, y ¡de no tener otras noticias sino las que da en los periódicos el enemigo, he tenido el placer imponderable de recibir tu cariñosa carta fecha 19 de Noviembre que trajo Zambrana! ¡Ay, Ignacio mío, el corazón parece querer saltárseme del pecho cuantas veces la leo, cada una de tus esperanzas, cada tormento, cada palabra, me hacen sentir, demasiado, y me admiro de encontrar fuerzas para vivir tanto tiempo lejos de la mitad de mi alma!
Has estado herido, mi bien, y dices que ligeramente, podrá ser como me lo dices, pero también me asaltó la duda de que disminuyas la gravedad de tu herida para minorar algún tanto mi dolor. Yo lo supe antes de recibir tu carta por un periódico ya atrasado, que papá no pudo ocultarme. ¡Qué angustia, qué ansiedad, que desesperación experimenté!
Y este tormento se ha repetido, en Enero o Febrero último te han herido otra vez y ocho días después y débil aún, te batías de nuevo sin pensar que podría ocasionarte un gran mal.
Cuantos vienen de Cuba Libre y cuantos de ella escriben aseguran que te expones demasiado y que tu arrojo es ya desmedido.
Zambrana dice que con pesar cree “que no verás el fin de la revolución”. Estas palabras de Zambrana recién llegado del campo de Cuba, no sé cómo no me han hecho perder la razón.
Ah! tú no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas de una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre.
Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por ellos, por tu madre y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas?
Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más.
¿Recuerdas las veces que me has dicho “ojalá pudiera yo hacer algún grande sacrificio por ti, algo que me costara mucho, me sentiría feliz después como si hubiera llenado un sagrado deber?”. Pues bien, Ignacio de mi alma, yo, tu esposa, la madre de tus hijos, la que tanto amas (¿verdad?) te pido el sacrificio de cuidar más tu salud, tu vida.
Estoy más tranquila porque me parece ver tu semblante adorado, y adivinar en él que me ofreces cumplir lo que tan encarecidamente te ruego. ¡Ay, si pudiera hablarte siquiera una hora! ¡Cuánto siento que mis cartas no lleguen nunca a tus manos! Constantemente te escribo, porque sé el consuelo que será para ti saber de nosotros. Yo creía que al menos habrías recibido la que hace un año te envié con Lorenzo Castillo junto con los retratos de los niños y que él me juró entregarte.
Hace cuatro o cinco meses varios periódicos cubanos dijeron que Castillo había llegado a Cuba y estaba a tu lado: desgraciadamente parece que no te ha visto.
No te figures, bien mío, ni te atormente la idea de que tengo privaciones de ninguna clase. En New York es cierto que no podríamos vivir tan cómodamente como aquí y por este motivo determinó papá venir a Mérida donde todo es barato, y el clima igual al de Cuba nos agrada más, particularmente por los niños. Vivimos desahogadamente, y papá cree que aun en el caso desgraciado de que se prolongara algunos años más la guerra en Cuba, siempre aquí, y contando siempre con los recursos con que hoy cuenta, podremos vivir cómodamente. No te preocupes con los sufrimientos de este género: no tengo otros, te lo aseguro, sino no verte, y sobre todo, no olvidar ni un instante los peligros que te rodean de todas clases.
¡De nuestros encantadores hijitos tengo tanto que contarte! Los dos continúan robustos, traviesos y alegres. Los pobres ángeles, ¡quién los viera siempre así! Ernesto cumple cuatro años (el mismo día que hará tres que me separaron de mi adorado); pero parece de cinco, lo menos, es grande y esbelto, siempre conserva el cabello rubio y sus ojos son tan azules como cuando tenía un año: es hermosísimo y sumamente inteligente, bullicioso y “preguntón”. Su carácter “fuertecito” es al mismo tiempo cariñoso y tierno con todos, pero con su mamasita lo es aún mucho más. Me idolatra y siempre me está observando para adivinar si tengo algún nuevo pesar. ¡Si vieras como cambia su fisonomía, siempre alegre, en afligida y grave, cuando cree adivinarlo! Las veces que ha cometido alguna de esas travesuras tan comunes a su edad, el castigo que le he impuesto ha sido no besarlo durante dos o tres horas, o decirle que voy a morirme si mi hijo no me es dócil, o cualquiera cosa por el estilo. ¡Si lo oyeras, si lo vieras entonces, como me acaricia y cuantos propósitos hace para en lo adelante! Habla de ti con entusiasmo, como si te conociera, y muchas veces me ha dicho. “Qué malos deben ser esos españoles que tienen la culpa de que yo no vea a mi papá”. Tiene tu “aire”, tu cuerpo y a veces cierta expresión grave que lo hace parecerse mucho a ti. ¡Ay! yo espero también que algún día será tan bueno, tan perfecto como su padre.
Herminia, ese otro ángel querido, es la repetición de Ernesto en inteligencia, carácter y gusto: jamás dos hermanos se han parecido más en todo esto. Es blanca, con ojos y cabellos castaños oscuros, igual a ti. Linda y monísima y bastante parecida a tu mamá. A mí me parece un querubín. Tuve el pesar de no poderla criar como crié a Ernesto, pero tampoco permití que una extraña hiciera mis veces, y con leche de vaca, sagú y otras sustancias la alimenté nueve meses. Ya empieza a comer de todo y a robustecerse muchísimo. Ambos, Ignacio mío, son el consuelo de mi vida, siempre inquieta y sobresaltada: a los dos los idolatro con igual ternura: ellos ocupan todo mi tiempo porque jamás he querido niñeras ni persona alguna que los cuide, la única a quien dejo a veces que me ayude es a mi buena y santa madre que los quiere con delirio. Pronto te volveré a escribir y entonces te enviaré los retratos de los dos. ¡Cómo desearás verlos!
Esta carta se la recomendaré a Enrique y a Zambrana. Quiera Dios que tenga el mismo destino de mis anteriores.
Papá y mamá siempre llenos de abnegación, sufriendo con valor y esperando con la mayor ansiedad el momento de abrazarte: ellos dicen que ése sería el día más dichoso de su vida.
Matilde, mi infeliz hermana, aún ignora su inmensa desventura y todos nos esforzamos para que no la sepa sino lo más tarde posible. Perdió también sus dos niños más chicos y sólo le queda Arístides, que es una criatura interesante y de clarísima inteligencia. ¡Pobre Eduardo! No tengo valor para preguntarte ningún detalle sobre él. Este pesar ha envejecido a papá de algunos años; pero siempre está al parecer sereno: nunca se nota en él un síntoma ninguno de debilidad sino cuando hablan de ti y de tu arrojo en el combate que tan horrible puede ser para todos. Él y mamá tienen “fanatismo” por los tres niños y éstos les profesan el más decidido cariño.
Ramón siempre en New York, trabaja y se conduce de una manera muy satisfactoria.
Tu mamá y las muchachitas me escriben en todos los correos manifestándome cada día más cariño a los niños y a mí.
Mi salud es muy buena: el alma sí padece porque no es tan grande como te figuras, y no puede sobreponerse al dolor que le causa tan cruel separación.
Cuídate más, amor mío, cuídate; yo quiero verte aún en esta vida y mi deseo más ardiente es que mis inocentes hijos conozcan a su padre. ¡Mi pobre niña jamás ha sentido tus labios tocar su semblante angelical! ¡Qué júbilo para mí, Ignacio mío, el día que vuelvas a mi lado, y puedas abrazar a los dos ángeles!
Dios querrá que ese día no esté muy lejos.
Papá va a escribirte, él te contará algo de los negocios de Cuba. Se preparan grandes expediciones. ¡Ay! cómo te sigue la imaginación allá en los campos de la pobre Cuba. No olvides mis ruegos, Ignacio de mi vida.— Recuerda que tu amor es mi bien, y tu existencia indispensable a la mía, que “quiero” que vivas y espero te esfuerces en complacer a tu esposa que te adora y delira incesantemente por ti. Adiós, mi bien más querido, quiera Dios que pronto vuelva a verte tu Amalia.
Escríbeme siempre. Tuya eternamente
Amalia
Mérida, Abril 30 de 1873
Adiós, mi bien más querido, quiera Dios que pronto vuelva a verte...
R. Calindo: Vida y muerte de Agramonte, Camagüey, 1941.
Publicada originalmente en: Eugenio Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana. Ed. Imp. Dorrbecker, La Habana, 1928, pp.514-517. Tomado de: Elda Cento Gómez, Roberto Pérez Rivero y José María Camero Álvarez: Para no separarnos nunca más. Cartas de Ignacio Agramonte a Amalia Simoni. Casa Editora Abril, La Habana, 2009, pp.295-299. (Se han realizado ligeras correcciones en algunos signos de puntuación en aras de facilitar la lectura, correcciones que en lo absoluto modifican el texto.)
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María Antonia Borroto
4 años
Una inteligencia que tanto Cuba necesita... Así era entonces, y así lo sigue siendo. Véase la dimensión intelectual del Bayardo en https://bit.ly/3c6KfnM, no en balde una de las primeras publicaciones de El Camagüey.
Gracias por esta hermosa carta. Tuve el privilegio y la dicha de nacer y crecer en la Quinta Simoni y mi abuela, Dolores Salvador, ferviente admiradora del Bayardo, me animaba a pensar en ellos mientras recogía carolinas, me escondía entre los mirtos, o buscaba huevos de lagartija entre los helechos que crecían en la fuente, en esa época cegada. Este "patio de los pavos reales" está impregnado del amor de Ignacio y Amalia, me decía, recíbelo y disfrútalo... Empápate de él, como te empapas del agua de azahar que cae de los naranjos después de la lluvia, me decía ella que me había enseñado a ponerme debajo de los naranjos cuando acababa la lluvia, y los sacudía para que me bañara con agua olorosa de azahares.
Esta carta y la posibilidad de leerla encierra una gran paradoja: hemos tenido acceso a ella porque, entre otras razones, no llegó a manos de su destinatario. Nótese que está fechada en abril de 1873, y que Ignacio cae en combate el 11 de mayo de ese mismo año. De pronto todo cuanto Amalia cuenta, ya de por sí rodeado de una aureola extraña, como si de algo sagrado se tratara, adquiere un matiz casi trágico.
A mí siempre me maravillan estas líneas. Y mientras las tecleaba me parecía estarlas leyendo por primera vez. Me enternece el reclamo de la esposa que le pide a su hombre que se cuide y el de la patriota que sabe cuán importante es él para Cuba. Ambas son una, por supuesto: he ahí la verdadera grandeza. En su brevísima vida conyugal, en las noches en El Idilio, ella acompañó las angustias de Ignacio y los debates sobre el mejor gobierno de Cuba, y tal vez hasta debió calmar su impetuosa fogosidad, pedirle un poco de mesura... Quién sabe...
Y me maravilla cuando ella asegura que ha criado a sus hijos sin nodriza, y habla del criollísimo sagú, ese polvo cuasi mágico al que los cubanos debemos un monumento.
Agradezcamos a quienes conservaron esta misiva y las escritas por Ignacio, y a quienes, a lo largo de los años, las compilaron. Agradezcamos también a Roberto Pérez Rivero, José María Camero y Elda Cento, en particular a Elda, por el celo puesto en completarlas, cotejarlas y anotarlas, al tiempo que aportaban valiosísima información que permite seguir el itinerario de los amores de Amalia e Ignacio. El resultado es una edición, a cargo de la Casa Editora Abril, en 2009, agotada casi al instante, y una segunda, en 2018, de la Casa Editorial Verde Olivo, estoy segura que agotada también. Este detalle es importante, como lo es recordar que la última vez que pudimos compartir con Elda en un espacio público fue, precisamente, durante la presentación aquí, en su Camagüey, de la segunda edición de las cartas de Ignacio a Amalia.
Si algo debemos agradecer al filme "El Mayor", obra póstuma de Rigoberto López, es que saca de la sombras a los admirables seres humanos que rodearon a Ignacio y a Amalia. El propio Eduardo Agramonte Piña, casi un hermano para Ignacio, casado con Matilde, la hermana de Amalia, por ejemplo. Amén de que la interpretación de Enrique Bueno es muy buena, valga la redundancia, el filme permite acercarse a la cordial y respetuosa relación entre ambos, como también muestra en acción a Henry Reeve, cuyo nombre tanto se menciona y del que tan poco sabemos, rebautizado en el filme como "Enrique, el americano", tratamiento que me imagino corresponde a la verdad histórica.
La devastadora noticia de la que Matilde aún no tenía noticias (según refiere Amalia en la carta) es la caída en combate de Eduardo el 8 de marzo de 1872, en las inmediaciones de Najasa.
Bello el epistolario de Ignacio y Amalia, además de ser un valeroso testimonio histórico.Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado de tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber me impone. Por eso vivo en lo porvenir y cuento con afán las horas presentes que no pasan con tanta velocidad como yo quisiera
Este es el link de la primera de las cartas de Eduardo Agramonte a su esposa Matilde: https://bit.ly/3bAoMTe. De ellos habla Amalia en su carta. De la historia sabemos realmente muy poco.
También El Camagüey incluye una epístola que, redactada por Ramón Roa y dirigida a Amalia Simoni, expresa el pesar de sus compañeros de lucha por la muerte de Ignacio: https://bit.ly/3y64Wsf
Igualmente El Camagüey ha incluido cartas presumiblemente inéditas de Ignacio a Amalia, fechadas en abril de 1870 y conservadas en la Biblioteca de la Universidad de Miami: https://bit.ly/3d9AXHh
Es una carta con muchas historias además. Es símbolo de un conjunto incógnito en la dirección Amalia-Ignacio. Muy curiosos los apuntes de Alma Flor Ada. Precisa la doble visualidad. El apunte lineal, de 1941, es obra de A. Galindo [Adolfo Galindo]: dibujante, ilustrador, pintor. Olvidado (casi) como caricaturista. De origen español: murió en Cuba a mediados de los años 40. Creador nacido en el siglo XIX.
Me encanta el epistolario de Ignacio y Amalia, mientras hubo ejemplares aquí los llevamos a muchas presentaciones de libros con jóvenes. Es muy conmovedora la carta, que intenta ser animosa para el esposo pero que es más un ruego amoroso. Entre las cosas que cuenta me sorprende la mención del sagú, como alimento en la crianza de sus hijos. Gracias a El Camagüey por este regalo.
Comentarios
María Antonia Borroto
4 añosUna inteligencia que tanto Cuba necesita... Así era entonces, y así lo sigue siendo. Véase la dimensión intelectual del Bayardo en https://bit.ly/3c6KfnM, no en balde una de las primeras publicaciones de El Camagüey.
Alma Flor Ada
4 añosGracias por esta hermosa carta. Tuve el privilegio y la dicha de nacer y crecer en la Quinta Simoni y mi abuela, Dolores Salvador, ferviente admiradora del Bayardo, me animaba a pensar en ellos mientras recogía carolinas, me escondía entre los mirtos, o buscaba huevos de lagartija entre los helechos que crecían en la fuente, en esa época cegada. Este "patio de los pavos reales" está impregnado del amor de Ignacio y Amalia, me decía, recíbelo y disfrútalo... Empápate de él, como te empapas del agua de azahar que cae de los naranjos después de la lluvia, me decía ella que me había enseñado a ponerme debajo de los naranjos cuando acababa la lluvia, y los sacudía para que me bañara con agua olorosa de azahares.
Calixto Pérez Luis
7 meses@Alma Flor Ada: Es hermoso y conmovedor lo que relata usted aquí, gracias por compartir tan bellos recuerdos. Saludos de otro camagueyano.
Y. J. Hall
4 añosMe sacó una lágrima.
Linet Hernández
4 añosA mí también. Imposible no conmoverse. Gracias a El Camagüey por regalarnos esto.
Lourdes Fernandez
4 añosHermosa carta, muy emotiva.
Ada García
4 añosCuanta belleza y dolor en esas líneas increíbles.
Lourdes Gómez
4 añosGracias por la oportunidad de releer esta bella carta del más puro amor.
María Antonia Borroto
4 añosEsta carta y la posibilidad de leerla encierra una gran paradoja: hemos tenido acceso a ella porque, entre otras razones, no llegó a manos de su destinatario. Nótese que está fechada en abril de 1873, y que Ignacio cae en combate el 11 de mayo de ese mismo año. De pronto todo cuanto Amalia cuenta, ya de por sí rodeado de una aureola extraña, como si de algo sagrado se tratara, adquiere un matiz casi trágico. A mí siempre me maravillan estas líneas. Y mientras las tecleaba me parecía estarlas leyendo por primera vez. Me enternece el reclamo de la esposa que le pide a su hombre que se cuide y el de la patriota que sabe cuán importante es él para Cuba. Ambas son una, por supuesto: he ahí la verdadera grandeza. En su brevísima vida conyugal, en las noches en El Idilio, ella acompañó las angustias de Ignacio y los debates sobre el mejor gobierno de Cuba, y tal vez hasta debió calmar su impetuosa fogosidad, pedirle un poco de mesura... Quién sabe... Y me maravilla cuando ella asegura que ha criado a sus hijos sin nodriza, y habla del criollísimo sagú, ese polvo cuasi mágico al que los cubanos debemos un monumento. Agradezcamos a quienes conservaron esta misiva y las escritas por Ignacio, y a quienes, a lo largo de los años, las compilaron. Agradezcamos también a Roberto Pérez Rivero, José María Camero y Elda Cento, en particular a Elda, por el celo puesto en completarlas, cotejarlas y anotarlas, al tiempo que aportaban valiosísima información que permite seguir el itinerario de los amores de Amalia e Ignacio. El resultado es una edición, a cargo de la Casa Editora Abril, en 2009, agotada casi al instante, y una segunda, en 2018, de la Casa Editorial Verde Olivo, estoy segura que agotada también. Este detalle es importante, como lo es recordar que la última vez que pudimos compartir con Elda en un espacio público fue, precisamente, durante la presentación aquí, en su Camagüey, de la segunda edición de las cartas de Ignacio a Amalia.
María Antonia Borroto
4 añosSi algo debemos agradecer al filme "El Mayor", obra póstuma de Rigoberto López, es que saca de la sombras a los admirables seres humanos que rodearon a Ignacio y a Amalia. El propio Eduardo Agramonte Piña, casi un hermano para Ignacio, casado con Matilde, la hermana de Amalia, por ejemplo. Amén de que la interpretación de Enrique Bueno es muy buena, valga la redundancia, el filme permite acercarse a la cordial y respetuosa relación entre ambos, como también muestra en acción a Henry Reeve, cuyo nombre tanto se menciona y del que tan poco sabemos, rebautizado en el filme como "Enrique, el americano", tratamiento que me imagino corresponde a la verdad histórica. La devastadora noticia de la que Matilde aún no tenía noticias (según refiere Amalia en la carta) es la caída en combate de Eduardo el 8 de marzo de 1872, en las inmediaciones de Najasa.
Luis Alberto Galindo Morell
4 añosBello el epistolario de Ignacio y Amalia, además de ser un valeroso testimonio histórico.Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado de tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber me impone. Por eso vivo en lo porvenir y cuento con afán las horas presentes que no pasan con tanta velocidad como yo quisiera
Martha Sánchez
4 añosEsta carta es Oro, conmueve hasta las lágrimas y es muy reveladora en sí. Muchas gracias!
María Antonia Borroto
4 añosEste es el link de la primera de las cartas de Eduardo Agramonte a su esposa Matilde: https://bit.ly/3bAoMTe. De ellos habla Amalia en su carta. De la historia sabemos realmente muy poco.
María Antonia Borroto
4 añosEsta carta es respuesta a una remitida por Ignacio en noviembre de 1872, ya publicada en El Camagüey: https://bit.ly/3eEHN8H
María Antonia Borroto
4 añosTambién El Camagüey incluye una epístola que, redactada por Ramón Roa y dirigida a Amalia Simoni, expresa el pesar de sus compañeros de lucha por la muerte de Ignacio: https://bit.ly/3y64Wsf
María Antonia Borroto
3 añosIgualmente El Camagüey ha incluido cartas presumiblemente inéditas de Ignacio a Amalia, fechadas en abril de 1870 y conservadas en la Biblioteca de la Universidad de Miami: https://bit.ly/3d9AXHh
Axel Li
3 añosEs una carta con muchas historias además. Es símbolo de un conjunto incógnito en la dirección Amalia-Ignacio. Muy curiosos los apuntes de Alma Flor Ada. Precisa la doble visualidad. El apunte lineal, de 1941, es obra de A. Galindo [Adolfo Galindo]: dibujante, ilustrador, pintor. Olvidado (casi) como caricaturista. De origen español: murió en Cuba a mediados de los años 40. Creador nacido en el siglo XIX.
Yenicet PUPO DE LA PAZ
7 mesesMe encanta el epistolario de Ignacio y Amalia, mientras hubo ejemplares aquí los llevamos a muchas presentaciones de libros con jóvenes. Es muy conmovedora la carta, que intenta ser animosa para el esposo pero que es más un ruego amoroso. Entre las cosas que cuenta me sorprende la mención del sagú, como alimento en la crianza de sus hijos. Gracias a El Camagüey por este regalo.