Cuando un poeta muere
sus palabras se alzan
del sudario del tiempo
y gravemente cantan.
Las que oscuras yacían
o truncas o gastadas,
se incorporan ansiosas
como lenguas de llamas.
Cuando un poeta muere
sus palabras se alzan
del sudario del tiempo
y gravemente cantan.
Las que oscuras yacían
o truncas o gastadas,
se incorporan ansiosas
como lenguas de llamas.
Las que al nacer quedaron
atrás, mal abrigadas,
con el coro se unen
y en su gloria se igualan.
Cuando un poeta muere
su escritura es de espadas:
los poemas de pie
en el silencio claman.
Pueblo llorando al rey,
madres desesperadas,
inmóvil procesión,
friso de las palabras.
Las que nunca llegaron
a colmar la mirada,
majestuosas nos miran
con su radiante carga.
Las que en lívida sed
jadeando se quemaban,
muestran el fruto de oro
en las manos saciadas.
Las que pobres y errantes
por la intemperie andaban,
en el santo calor
las bebidas escancian.
Irreprochable cena;
empuñaduras, alas;
profundo vitoreo;
sola y sonante playa.
Cuando un poeta muere
cómo están sus palabras
con los ojos abiertos,
de la sangre cortadas.
Y cómo con su leche
divina lo amamantan,
y lo acunan y cuentan
sus hermosas hazañas.
Incluido en Canto llano. La Habana, 1956. Tomado de Lunes de Revolución. Número especial. Homenaje a Emilio Ballagas (1908-1954). Septiembre 14 de 1959, núm. 26, p.5.
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