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Carta a Matilde Simoni Argilagos (2)

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Carta a Matilde Simoni Argilagos (2)

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Mi idolatrada Matildita:

Aprovecho esta ocasión de escribirte y tal vez pasarán algunos días sin poderlo hacer, pues me alejo de esta línea tan frecuentada, además de que yo creo que ahora van a cesar completamente las comunicaciones, y aunque me quedara, no ganaríamos nada en ese sentido. La causa de mi ida es el no haber querido reconocer las omnímodas, arrancadas por sorpresa a una junta que tuvo lugar en las Clavellinas anteanoche y en que se confirmó y firmó por unos cuantos individuos, no todos muy sanos de ideas, aceptar como fin de nuestra revolución el programa español y la unión a España. Como varias veces te he manifestado en esta última estaba yo conforme, pero no en salir de una tiranía y entrar en otra, pues dan facultades omnímodas a un hombre, que no ha sido probado todavía ni como Jefe, ni como organizador, ni como gobernante, y cuyo carácter manifiesta un gusto decidido hacia el despotismo, no ha estado nunca en mis planes. Como tuvo buen cuidado en el golpe de estado que ha hecho entender el acto de aquella asamblea poniendo a continuación del reconocimiento del programa español, el de esas omnímodas facultades, me negué a firmar de otro que poniendo una aclaración en que constara que mi firma solo concernía a la aceptación del programa español. No consintió en ello y por eso no está mi firma, pues habiéndolo puesto en la inteligencia de que sólo se refería a un punto, cuando supe que el otro me apresuré a borrarla. Triste cosa es que el camino de nuestra libertad se halle tan erizado de espinas y escollos. Yo no desespero sin embargo. Mi ideas es ahora, buscar a Ignacio y Enrique, y juntos resolveremos lo más conveniente. Estoy en la íntima convicción de que todo es un engaño del gobierno para ganar tiempo, así es que si se plantea el programa antedicho, y la generalidad lo acepta, no dejaré yo de hacer lo mismo, pero temiendo siempre la venganza de un gobierno tan déspota hasta ahora, y que no sé cómo podrá dejar de serlo. Excuso decirte que tu imagen no se separa un momento de mí, que te idolatro con toda la fuerza de que soy capaz, vida mía. No dejes de cuidarte y curarte. A nuestro querubín dale todos los días un millón de besos y caricias en nombre de su papá. Mil recuerdos afectuosos a tu Papa, Manuelita y Amalia y a mis hermanas y hermanos, tíos y primos y tú, mi bien, mi amor, mi felicidad, mi gloria, mi consuelo, mi esperanza, mi ídolo, mi todo, recibe el amor y el corazón de tu amantísimo que te idolatra,


Eduardo

La promenade – Pierre-Auguste Renoir, 1870.

Tomada de Elda Cento Gómez: Documentos: Correspondencia de Eduardo Agramonte Piña y Matilde Simoni Argilagos, en Cuadernos de historia principeña 6. Ed. Ácana, Camagüey, 2007, pp.108-109. Nota: Las abreviaturas utilizadas por Eduardo Agramonte han sido suprimidas, y en su lugar se han colocado las palabras completas, lo que facilita considerablemente la lectura y acerca el texto a las normas actuales.

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Comentarios
Linet Hernández
4 años

¡Qué despedida!

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María Antonia Borroto
4 años

@Linet Hernández Es impresionante.

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María Antonia Borroto
4 años

Tal como se aclaró al publicar la primera de las misivas de Eduardo a Matilde, "(los) originales (de estas cartas) se conservan en la Biblioteca de la Real Academia de Española de Historia —pertenecientes a la Colección Fernández Duro— y forman parte de los documentos que, en soporte digital, donó el arqueólogo español Javier Navarro Chueca a la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey en mayo de 2007. "Las tres cartas de Eduardo no están fechadas, pero su contenido permite suponer que fueron escritas entre el 12 y el 26 de noviembre de 1868, pocos días después de iniciarse la lucha en el Camagüey con el Alzamiento de las Clavellinas, ocurrido el día 4 de este mes. Eran momentos cruciales para la continuación de la insurrección en el Camagüey, por las maniobras conciliatorias de Napoleón Arango, que trataba de hacer prevalecer su criterio acerca de que la nueva situación política de España, con la llamada Revolución de Septiembre, ofrecía perspectivas a un plan de reformas que hacía innecesario el camino de las armas. "Son estas cartas el reflejo de los tanteos y ajustes que acompañan a toda obra humana, pero son ante todo, el reflejo de la ética y el sentido del honor que acompaña siempre a los buenos, a aquellos que son, en definitiva, los verdaderos protagonistas de la historia." (Elda Cento)

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María Antonia Borroto
4 años

Preciosos los cuadros de Renoir, inspiradores... La carta (¡esa despedida, Dios mío!) y las imágenes aprietan el pecho. Sobre todo porque uno sabe lo que ellos aún no podían sospechar... El final de él, apenas cuatro años después, el exilio de ella... El dolor... Y el olvido.

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Y. J. Hall
4 años

Parece que Napoleón Arango, con su nombre bien puesto, era otro pichón de dictador. ¡Qué lucidez la de Eduardo al negarse a firmar un documento que le daba “facultades omnímodas a un hombre, que no ha sido probado todavía ni como Jefe, ni como organizador, ni como gobernante, y cuyo carácter manifiesta un gusto decidido hacia el despotismo” para evitar salir de una tiranía y entrar en otra!

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María Antonia Borroto
4 años

@Y. J. Hall Plenamente de acuerdo. Siento muy cercano el espíritu del discurso de Ignacio frente al claustro de la Universidad de La Habana (https://bit.ly/3veOHrE). Esa resistencia a cualquier dictadura, del signo que fuera, marcó en mucho, me parece, las posiciones de varios camagüeyanos durante la Guerra de los Diez Años.

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María Antonia Borroto
4 años

En "El Camagüey en Martí", de Luis Álvarez y Gustavo Sed, hay referencias tanto a Napoleón Arango ("figura de sombríos perfiles en la historia de la Guerra de los Diez Años") como a los sucesos a los que estas cartas se refieren: "Tuvo (Napoleón Arango) alguna participación en el levantamiento de 1851 en el Camagüey, pero sin relevancia efectiva. No obstante, desde comienzos de la Guerra de los Diez Años, so capa del prestigio político de su padre, al parecer aspiró a ser el jefe del movimiento revolucionario en el territorio camagüeyano, lo que consiguió efímeramente en la reunión de Las Clavellinas del 18 de noviembre de 1868, a pesar de la protesta de Ignacio Mora y de la Pera, de Tomás Agramonte y Riverón y de otros. "En realidad, no era un independentista convencido, sino un político que, todo lo más, aspiraba a lograr una especie de chantaje a España, en el sentido de que el alzamiento —sin verdadero propósito de pelear hasta la libertad cabal— sirviera para obtener un grupo de mejoras económicas y de política interior en Cuba, en suma, una especie de reformista que quería apoyarse en un simulacro de insurrección. En la reunión del Paradero de Las Minas, el 26 de noviembre de 1868, estos propósitos de Napoleón Arango fueron echados por tierra por Ignacio Agramonte Loynaz, quien pronunció allí la famosa frase: "Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan, Cuba no tiene más camino que alcanzar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas". Napoleón Arango, derrotado así por Agramonte, permaneció algún tiempo en las filas insurrectas, hasta que terminó por presentarse a los españoles en 1869. Se reintegró a su ciudad natal, y luego se trasladó a La Habana, donde murió en la década de 1880, después de haber consumado su actitud contraria a la libertad de la Isla, ocupando distintos cargos en dependencias del gobierno colonial español." (Luis Álvarez y Gustavo Sed Nieves: "El Camagüey en Martí", Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Editorial José Martí, La Habana, 1997, pp.180-181.)

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