No sé lo que tú piensas, hermano, pero creo que hay que educar la Musa desde pequeña en una fobia sincera contra las cosas de la Luna, satélite cornudo, desprestigiado y feo.
Edúcala en los parques, respirando aire libre, mojándose en los ríos y secándose al sol; que sude, que boxee, que se exalte, que vibre, que apueste en las carreras y que juegue hand ball.
Tú dirás que el consejo es pura pose, ¿no es eso? Pues no, señor, hermano. Lo que ocurre es que aspiro a eliminar el tipo de la mujer-suspiro, que está dentro del mundo como un pájaro preso.
Por lo pronto, mi musa ya está hecha a mi modo. Fuma. Baila. Se ríe. Sabe algo de derecho, es múltiple en la triste comunidad del lecho y dulce cuando grito, blasfemo o me incomodo.
Por otra parte, cierro mi jardín de tal suerte que no hay allí manera de extasiarse en la Luna. (Por la noche, el teatro, el cabaret, o alguna recepción…) Y así vivo considerado y fuerte.
Publicado en la revista Social. Vol. XVI, No.9, septiembre de 1931, p.62. Incluido en “Poemas de transición” (1927-1931), Obra poética. Compilación, prólogo, cronología, bibliografía y notas de Ángel Augier. La Habana. Letras Cubanas, 2002, t.I, pp.78-79.
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