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Cartas a Carlos Manuel de Céspedes

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Cartas a Carlos Manuel de Céspedes

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C. Presidente

Acabo de enterarme de que en la sesión de ese Gobierno del día de hoy protestando Ud. contra la continuación de abono de sueldo a mí como Mayor Gral. por haber cesado ya en el mando de la División del Camagüey manifestó U. que escribiría a la Junta Cubana de New York para que no abonara más sueldo de sus fondos y sé los diera del peculio de U.

Mi honor ofendido se alarma a la sola consideración de U. alimente por un instante siquiera la ilusión de que el Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz pueda recibir una limosna de nadie ni un favor del Presidente Carlos Manuel de Céspedes y devuelve a U. su oferta con el desprecio que ella merece por sí y por la persona de quien tiene origen.

El ofrecimiento de parte de U. de abono a su cargo de un peculio imaginario es una farsa miserable que no es primera ocasión que U. en juego: el ofrecimiento de un donativo del Presidente de la República al Mayor General Agramonte que renunció al mando de la División del Camagüey porque sus opiniones y su conducta se hallan en diametral oposición a la de aquel es ofensión a la dignidad del gefe (sic): el ofrecimiento de un donativo de Carlos Manuel de Céspedes a Ignacio Agramonte Loynaz es el colmo de la injuria. El gefe (sic) y el caballero ciudadano arrojan al rostro de U. el lodo con que ha querido mancharles ofreciéndole de su bolsillo. Como gefe (sic) estoy dispuesto a responder ante los tribunales competentes de la República y como caballero donde U. quiera. —I. Agramonte Loynaz


División del Camagüey
Ctel. Gral. en Las Filipinas y Julio 21 de 1872
C. Presidente Carlos Manuel de Céspedes

C. Presidente

Tengo la satisfacción de acusar a U. recibo de su comunicación de marzo 8, del corriente, n° 63, por la cual se sirve ceder a esta División las armas de precisión pertenecientes a la Escolta del Gobierno que quedaron en este Distrito. Las fuerzas de mi mando agradecen debidamente este obsequio, prometiéndose hacer el mejor uso de él en provecho de la causa nacional y lo estiman tanto más cuanto que es un buen testimonio de los buenos propósitos de U. en favor de ella.

Soy de U. con la mayor consideración

Y. Agramonte y Loynaz


Ctel General, Filipinas, Julio 21/1872
C. Presidente Carlos Manuel de Céspedes

C. Presidente

Lleno de satisfacción devuelvo a Ud. cordialmente el saludo de Año Nuevo que se sirve enviarme, al terminar en su circular num. 27 “B”, la reseña de los acontecimientos de la guerra que tuvieron lugar el pasado año. Los hechos citados no pueden menos de robustecer la fe de todos los buenos en el triunfo de nuestra bandera, y si algún obstáculo pasajero se presenta, el sólo sirve para hacernos redoblar nuestros esfuerzos.

Grato me es asegurar que las fuerzas del Camagüey se hallan en el mejor espíritu, siempre dispuestos a cooperar en la obra de nuestra redención, sosteniendo el prestigio del Gobierno de la República.

Acepte Ud. las seguridades de mi más alta consideración.

Y. Agramonte y Loynaz


Tomadas de Juan Jimenez Pastrana:
Ignacio Agramonte. Documentos. La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1974, pp.221-222 y 229.

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Comentarios
El Camagüey
3 años

A continuación de la primera carta, Jiménez incluye ésta, dirigia a Antonio Lorda, que ofrece otros detalles del incidente: A Antonio Lorda Al Secretario de la Guerra C. Secretario: Cuando circunstancias de familia me movieron en febrero último a separarme del ejército y a pedir mi pasaporte para los E.U. me instaba el Gobierno y varios miembros de la Cámara de Representantes a permanecer al frente de la División del C. y se me ofreció y asignó una pensión a cuenta de sueldo que no pedí, para apartar los motivos de mi marcha. A mediados del mes próximo pasado (sic) hallándose en diametral oposición mis opiniones y mi conducta con respecto a las del C.P. de la R. hice nueva renuncia del mando de dicha división y fue aceptada. Desde luego implícitamente renunciaba a aquella pensión más sabiendo que no se ha entendido así y que se discute si continuaré o no gozándola, manifiesto que la renuncia del mano llevaba imbibida (sic) la de todas sus consecuencias, como es la de la repetida pensión. Quedo de Ud. con toda consideración. Los Guiros (sic), Mayo 4/870

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El Camagüey
3 años

En El Camagüey, al publicar cartas remitidas a su esposa en 1870 (https://bit.ly/396BEBP), incluimos un cuerpo de notas que también ayudan a contextualizar la primera de estas cartas y del cual reproducimos una parte: De hecho, el de 1870 fue un año tan complejo para él y los suyos que Carlos Márquez Sterling lo equipara a una “prueba suprema” de su patriotismo: “A modo de un artista, conocedor del poderoso registro de aquella orquesta de maravillosas armonías humanas, el año terrible de 1870 fue tocando cada una de las tonalidades producidas en ese patriota ejemplar por aquel medio ambiente, saturado de tragedias y heroísmos. Probó su valor, su moral inquebrantable, su rectitud de principios, su patriotismo nítido, su moral a la familia, su virtud pública y privada. Lo colocó frente a negaciones dolorosas, para hacerlo experimentar en aquellos días, en que ha perdido el mando y la familia, la amargura de la soledad, de cuyas profundidades no sale más hombre que aquél que conoce íntegra la vida, templando en ella su carácter; y cuando le halla impoluto, fecundo, como lo necesita la Revolución que le ha creado en una tarde del mes de noviembre de 1868, le confiere un grado supremo para que pueda llevar adelante las gloriosas audacias de sus exaltadas pero virtuosas pasiones”. En lo adelante, citaré o glosaré fragmentos del exhaustivo libro de Carlos Márquez Sterling —Ignacio Agramonte. El Bayardo de la Revolución Cubana, La Habana, Seoane, Fernández y Cía, Impresores, 1936—, libro cuya publicación por entregas iniciaremos en breve. Inicia 1870 con el nombramiento de Thomas Jordan como General en Jefe del Ejército cubano. Aunque en algunas ocasiones Agramonte se ha quejado de “las majaderías del general Jordan”, el trato de este militar norteamericano ha de resultarle muy beneficioso. Más adelante discrepan en algunos aspectos de la dirección general de la guerra, como la disposición de separar a los soldados de sus familias, que, según Agramonte, debe ser ejecutada gradualmente, porque, acostumbrados a la compañía de sus esposas e hijos, podían presentarse al enemigo que organizaba incesantes persecuciones para capturarlas. En el breve período de tiempo que media del mes de enero al día 23 de febrero, los cubanos, al mando de Jordan como jefe, y de Agramonte como general de la división del Camagüey, reorganizan sus fuerzas para lanzarlas al ataque nuevamente. “Es una mescolanza de principios militares los que hay que poner en práctica en aquellos días, sin seguir las mismas disposiciones, ni emplear parecida estrategia. Algo de ésto ha leído Agramonte en los libros que ha consultado, y de esas lecciones, que tan diferentes resultan cuando salen del campo de la teoría, ha llegado a la conclusión de que el éxito no se mide por el brillo de los combates, sino por el número de bajas que logra hacerse al enemigo. ¿Será por estas indicaciones hechas a Jordan, que éste dice “sin la completa simpatía del general Agramonte por mis planes”? Agramonte redacta su renuncia en los primeros días de febrero por discrepancias con Jordan. ¿Se la admiten? Seguramente no la envía: la retiene. Cuando las tropas españolas ocupan su archivo en “El Idilio”, encuentran la carta que contiene esta renuncia. En los días iniciales del año recibe la terrible noticia de la muerte del padre en New York. “Por unos instantes decide embarcar hacia los Estados Unidos, y obtiene autorización del Presidente de la República, que se la concede, no sin algunas reflexiones. (…) Agramonte tiene decidido ir a New York; pero se le ruega que no vaya. Si quiere, puede mandar a su hermano Enrique, Su ausencia en aquel período dañará a la Revolución hondamente. Un sacrificio más en aras de la patria no es para él nada, ya que ha hecho tantos. Y Agramonte se queda. (…) Iría su hermano Enrique”. Márquez Sterling se pregunta: “¿Por qué no se nombra a Agramonte jefe supremo de la Revolución? Éstas son cosas que están más allá de los papeles que nos ha legado la Historia. Es cierto que el Mayor no ha llegado aún a la plenitud que habrá de alcanzar más tarde, pero goza de la simpatía de los primeros jefes y tiene, sobre todo en unos de ellos, en el que habrá de sucederle más tarde la admiración más decidida: la de Máximo Gómez, a quien el destino reserva la hoja militar más brillante de todas nuestras guerras, a quien Martínez Campos habrá de llamar el más terrible de los guerrilleros de América (…) Ser respetado y admirado por Gómez ya es un laurel indisputable. De estos casos, ha de sumar cientos el jefe camagüeyano, que está en todo y que ha logrado lo que tanto necesitan las tropas camagüeyanas: la disciplina. Sus coterráneos le miran con una confianza ilimitada. Le tienen por hombre de las más altas virtudes. Cuando da una orden, todos se precipitan ciegamente a cumplirla porque lo ha mandado el Mayor”. El 9 de enero de 1870 embarca Jordan rumbo a New York. Lo acompaña Enrique. Se suscita un desagradable incidente con Céspedes, quien de visita a un taller para la confección de botas subordinado directamente al Cuartel General, da la orden de que su amplia comitiva sea calzada. “Los militares ven ese acto con desagrado. Los zapatos en aquellos tiempos no abundan. No es lo mismo calzar a un civil que a un militar. El soldado necesita resguardar su pie porque camina leguas enteras, hace marchas forzadas, sube montañas, trajina por los montes tupidos y llenos de malezas que lastiman sus plantas. En cambio, el civil no pierde mucho con no tenerlos, aunque también está expuesto al traslado de un lado a otro; pero no combate, y ésto es lo fundamental. “Figura Agramonte con seguridad entre los más contrariados. Desde aquella ocasión en que solicitaba, con Quesada, mayores prerrogativas para el poder militar, ha llegado a persuadirse de que el éxito en la guerra está en la disciplina, y si el Presidente, que es el más llamado a observarla, rompe con ella, se estará expuesto a que todos los que se consideren con autoridad hagan lo que les parezca. Y no oculta su contrariedad porque las órdenes deben cumplirse para no entronizar la desmoralización en el Ejército. ¿Quién duda de que el Presidente tiene derecho a proveerse de zapatos, para él y para los suyos? Seguramente, nadie; pero todas las cosas han de estar revestidas de ciertas formalidades. Y éstas las ha debido llenar Céspedes como cualquier otro ciudadano de la República. Agramonte pasa de la contrariedad al disgusto; del disgusto a la inconformidad. (…) Las órdenes son suyas, y las órdenes militares hay que revestirlas de un cumplimiento exacto. ¿No estaría desairado? ¿No perjudicaría aquello a la marcha de la Revolución, a su propio prestigio, que necesitaba conservarlo incólume para exigir a los demás lo que comenzaba por exigirse a sí mismo? “Sobrevienen algunas diferencias entre el Presidente y el General, que tienen la raigambre de las luchas pasadas entre la idea de la dictadura y la de la democracia en que ambos se inspiraron al comienzo de la Revolución. No; no es posible que al Presidente se le discuta ese acto. Pero tampoco es aceptable que al General se le prive de la observancia absoluta de sus órdenes inspiradas en el bien. En el uno hay un deseo incontenible de que no se recorte su ímpetu; en el otro el anhelo inatacable de que no se estropee la forma en que sus manos van modelando el Ejército, que no debe ser de barro, sino fuerte como el mármol o duro e irrompible como el bronce. “¿Hay alguna otra dificultad por el medio? ¿Han chocado de nuevo estas dos naturalezas de hierro que van al mismo fin, pero por distintos conductos, por algo que no sea en el fondo un amor profundo a la patria? Céspedes todo lo quiere sometido a su autoridad. Agramonte aspira a la autoridad suprema, pero creando especies de fuerzas que, como islas independientes entre sí, produzcan al cabo una jefatura máxima, que debe hacerse y no imponerse. El uno desafía con autoridad como de Rey y con fuerza como de luz; el otro vence. Vendrá la historia con sus pasiones y justicias y cuando los haya mordido y recortado, a su sabor, aun quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro asunto para la epopeya”. Pero no hay inteligencia posible. Y Agramonte pide la renuncia. “Acaso crea por las pruebas de capacidad y patriotismo que lleva dadas de un año a esta parte, que la renuncia no le será admitida. En este caso su opinión quedará en buen lugar, y aunque no obtenga un reconocimiento expreso de la autoridad de su mando en el distrito que se halla bajo su jefatura, el hecho de no admitírsele la dimisión es ya una reparación implícita de la opinión que la ha precedido. Pero no sucede así. El Gobierno acepta la renuncia el 17 de abril de 1870. Y aquello, aunque nadie lo ha dicho ni los historiadores lo publiquen en largos y sesudos documentos, autenticados por el dicho de cien testigos veraces, le hace un efecto desastroso, que no aminora sin embargo su entusiasmo por la independencia, ni le hace pensar un solo minuto en abandonar el teatro de sus actividades, pues habrá de seguir peleando lo mismo que hasta entonces, aunque mucho más expuesto por la carencia de misión oficial y lo reducido de las fuerzas que le siguen en aquella etapa extraordinaria de su vida de libertador, sin más Dios que su amor inconmensurable a la causa de la libertad, ni más juez que su propia conciencia. Y, por supuesto, el ambiente se caldea. En sus propios apuntes, asegura Márquez Sterling, se leen estas palabras: “Bajo el Palio, que nada importante significan: “Acaso que Céspedes entró en Bayamo bajo palio como un Rey. Lo demás alienta pasiones que no llegaron a inflamarse. Pero Agramonte está herido en lo más profundo. En una carta a Miguel Betancourt dice, irónicamente, «me retiraré en la convicción de que la Revolución marchará conmigo y sin mí, siempre que se conserve a su frente al invicto Carlos Manuel de Céspedes». A todos notifica: «Estoy separado del mando». «Ya no dirijo las tropas del Camagüey». «Ya no soy el Jefe de mi Provincia». Con su madre cree que debe ser más explícito: «estoy separado del mando de las fuerzas del Camagüey porque los abusos y la marcha tortuosa de Carlos Manuel de Céspedes me pusieron en la alternativa de tolerarlos con perjuicio del país y desprestigio mío o de renunciar. La elección no fue dudosa para mí y desde el 17 del mes próximo pasado fue admitida mi dimisión». ¿Es admisible que Agramonte se conforme, él que ama la independencia, a permanecer en una situación oscura, sin contribuir con su acción a la libertad de su patria? Imposible. Pero esa especie de destierro en que se le ha colocado, motivada por su renuncia, lo limita a un campo de acción muy reducido. Se siguen sumando contrariedades y sufrimientos. El 26 de mayo de ese mismo año, mientras se preparaban para celebrar el primer añito de Ernesto, una tropa española se precipitaría sobre El Idilio y llevaría consigo a las mujeres y a los niños. Sería ese el último día en que ambos se verían y en que besaría por última vez a su hijo.

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Leopoldo Vázquez
3 años

Documentos historicos de nuestros patriotas. Continuen con estos escritos. Gracias

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Yamila Ferrá
3 años

Gracias por las cartas y los comentarios.

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Ernesto Piñero
2 años

He leído las pundonorosas misivas de Agramonte al presidente con sumo agradecimiento a El Camagüey; porque la falta de tiempo (y de dedicación, lamentablemente) lo alejan a uno de lecturas, no ya necesarias; sino imprescindibles; sin embargo ahí están Uds., para facilitarnos la vida.

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