Tiernos niños jugando en el prado forman ramos de flores silvestres, respirando los aires campestres que despeinan su pelo rizado.
Se respira una brisa olorosa, perfumada de nardo y violetas, y se ven mariposas inquietas revolar de una rosa a otra rosa.
En un grupo agradable reunidos, las muchachas y jóvenes llegan, у del “tennis” al juego se entregan, sin querellas al verse vencidos.
Las parejas amantes pasean bajo almendros de espeso ramaje, murmurando ese dulce lenguaje que los seres que se aman idean.
¡Cuántas veces en estos lugares he pasado momentos dichosos bajo aquellos almendros frondosos, y arrullada por esos palmares!
Cuando el Sol en ocaso declina, entre nubes de púrpura y rosa, en esa hora de paz deliciosa que la mente al misterio se inclina.
Me parece escuchar el acento de una voz que murmura a mi lado evocando un recuerdo pasado en el dulce murmullo del viento.
En la vaga penumbra que flota toma formas humanas el sueño... pero salgo del plácido ensueño y la dulce ilusión queda rota.
Tomado de Poesías, por Isabel Esperanza Betancourt. Ilustraciones de J. A. Maturro. La Habana, Imprenta de Bouza y Comp., 1918, pp.127-128.
El Casino Campestre en fotos
Si bien algunas de estas imágenes —cortesía de Pável Alberto García, de Jossé Antonio Quintana o tomadas del grupo en Facebook Camagüey en los recuerdos— no corresponden al momento de escritura del poema, el ambiente que describen es el mismo de plácida dulzura alabado por Isabel Esperanza Betancourt. Las publicamos a sabiendas de que nuestros lectores sentirán frescura y silencio, brisa olorosa, paz deliciosa...
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Comentarios
Alma Flor Ada
11 meses
Una anecdota familiar del Casino Campestre de aquellos tiempos. Cuando instalaron el parque infantil con columpios mi abuela Lola Salvador y sus cuatro hijas adolescentes fueron a visitarlo. Mi madre, Alma Lafuente, y sus hermanas no pudieron resistir la tentacion de mecerse en los columpios. Cuando el guardian las obligo a bajarse de los columpios, mi abuela le pidio que le diera una expliacion. Es que ya son mayores, ?no ve Usted que llevan medias? senalando aquellas medias de algodon que llegaban hasta las rodillas. Mi abuela, sin inmutarse, les dijo a sus hijas: Quitense las medias enseguida y sigan columpiandose. El espanto del guardian fue enorme frente a lo que no podia concebir, pero no dijo nada, mientras mi madre y mis tias se columpiaban llenas de contento.
Excelentes cuartetas decasílabas, una de las métricas más difíciles. Ciertamente el texto refleja ese espíritu de sosiego y esparcimiento de nuestro Casino, a veces imposible de alcanzar en estos tiempos.
Qué alegría encontrar este poema. Mi abuela, con noventa y tantos años, la recitaba completa. Ella me decía que creía era de Aurelia Castillo, pero yo indagué en su obra y comprobé que no pertenecía a ella.
Comentarios
Alma Flor Ada
11 mesesUna anecdota familiar del Casino Campestre de aquellos tiempos. Cuando instalaron el parque infantil con columpios mi abuela Lola Salvador y sus cuatro hijas adolescentes fueron a visitarlo. Mi madre, Alma Lafuente, y sus hermanas no pudieron resistir la tentacion de mecerse en los columpios. Cuando el guardian las obligo a bajarse de los columpios, mi abuela le pidio que le diera una expliacion. Es que ya son mayores, ?no ve Usted que llevan medias? senalando aquellas medias de algodon que llegaban hasta las rodillas. Mi abuela, sin inmutarse, les dijo a sus hijas: Quitense las medias enseguida y sigan columpiandose. El espanto del guardian fue enorme frente a lo que no podia concebir, pero no dijo nada, mientras mi madre y mis tias se columpiaban llenas de contento.
Alma Flor Ada
11 mesesCada vez qque veia un columpio agradecia la liberalidad de su madre, que se negaba a conformarse con normas que consideraba absurdas.
Alejandro González Bermúdez
11 mesesExcelentes cuartetas decasílabas, una de las métricas más difíciles. Ciertamente el texto refleja ese espíritu de sosiego y esparcimiento de nuestro Casino, a veces imposible de alcanzar en estos tiempos.
Beatriz María Goenaga Conde
11 mesesQué alegría encontrar este poema. Mi abuela, con noventa y tantos años, la recitaba completa. Ella me decía que creía era de Aurelia Castillo, pero yo indagué en su obra y comprobé que no pertenecía a ella.