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El mito de un héroe

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El mito de un héroe

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Día 1ro de octubre de 1896

El comandante Diego Miranda, el capitán Pedro Sosa y otros tres hombres del ejército insurrecto lograron burlar la vigilancia de los españoles y, guiados por el lugareño Leonardo Torres Manresa, entraron al poblado (Cascorro) y tomaron la casa del alcalde de aquel entonces, Manuel Fernández Cabrera. El inmueble era un lugar estratégico por su cercanía al fuerte El Principal. Se trataba de un esfuerzo más para presionar al capitán español Neila a que izara la bandera blanca.

Hasta el día de hoy se conoce la versión que narra cómo los mambises hicieron prisioneros a los que se encontraban en la vivienda, y que los redujeron a un cuarto de una sola puerta, bajo la custodia de uno de los insurrectos, mientras los otros abrían unas aspilleras en las paredes y hostigaban al enemigo disparando hacia el fuerte. Sin embargo, la opinión del pueblo es que, en realidad, se habló de “prisioneros” para proteger a los inquilinos de la casa de las probables represalias de las autoridades coloniales, porque todos eran cubanos y no precisamente simpatizantes del gobierno español.

Allí se encontraba Manuel Torres Victoria, hijo de Manuel Torres —fusilado por los españoles en 1870— y quien desde esos días del sitio se unió al ejército cubano. También estaba un hermano del juez, José Fernández Cabrera, quien llegó a ganarse los grados de capitán en el ejército mambí. Los acompañaban, además, el cocinero del juez, Bartolo Millián, Antonio Fernández Pérez, Manuel Sedeño y Loynaz, Ramón Fernández González y Félix Torres. Ninguno de aquellos cubanos era traidor y sus nombres quedaron en la Historia como valientes y dispuestos a dar sus vidas a la causa emancipadora. Los mambises dispararon hacia el fuerte hasta que se les agotaron las municiones, y a eso de las cuatro de la tarde, durante el cambio de guardia, salieron de la casa llevando a uno herido en un brazo. Salieron todos los asaltantes, excepto el guía Leonardo Torres Manresa.

La jefatura de los españoles dentro del fuerte se había alarmado mucho por la nueva posición de las armas cubanas, pues les impedía el libre movimiento por esa parte del reducto militar. Así se presentó ante el comandante de la plaza, capitán Neila, el cabo gastador Eloy Gonzalo García, para pedir que le permitiera hacer el intento de llegar al techo de la casa ocupada y prenderle fuego, para obligar a los cubanos a desalojarla. También pidió que le atasen una soga para rescatar su cuerpo si resultaba herido o muerto. Y es ahí donde se tejen los relatos y leyendas que perduran en el tiempo.

Algunos dicen que el soldado estaba enamorado o tenía una novia en el pueblo. Lo cierto es que Eloy bajó por uno de los tambores del fuerte hasta el techo de la casa y le prendió fuego; sólo que los mambises ya se habían ido, y el fuego fue sofocado por quienes permanecían dentro, con el agua que había en un tonel de vino. Tiempo después llegó hasta allí el teniente Marcial Duarte, quien salió del reducto militar con una veintena de soldados dispuestos en formación de ala. En el último momento, derribaron aquellas paredes a fin de que los insurrectos no pudieran parapetarse. Los cubanos restantes fueron llevados al fuerte, incluyendo a Leonardo Torres como prisionero. José Fernández Cabrera salió fiador de Leonardo, y lo soltaron, pero Fernández Cabrera pidió al capitán Neila su autorización para salir del fuerte e ir a ver su negocio en el poblado. El español consintió, y el comerciante se marchó al campo a pelear contra España y no regresó jamás. Entonces la ira de Neila se volvió contra Leonardo, a quien envió de vuelta al calabozo.

Bernabé Boza, el camagüeyano jefe de la escolta de Gómez, escribió en su Diario de la Guerra:

De resultas de esta operación, los españoles han forjado una novela y de un soldado de dicha guarnición han hecho un héroe, inventando una hazaña que no realizó. La acción llevada a cabo por dicho soldado no tiene mérito ninguno, quemó una casa de donde hacía más de tres horas que se habían retirado nuestros soldados y de la cual no salió un solo tiro para obligarlo a desistir de su propósito. Sin embargo, no será extraño le den por su imaginaria heroicidad una gran cruz. El verdadero, el único, el legítimo héroe… fue el oficial español Francisco Neila, jefe de aquella guarnición. Todos los honores que le tributen, todas las recompensas que le den, son pocas para premiar el valor, la energía y la abnegación con que defendió la plaza a él confiada.

Y, en efecto, al cabo gastador Eloy Gonzalo le concedieron la Cruz de Plata al Mérito Militar, y hoy en una plaza madrileña se levanta una estatua con la alegoría de la soga y la lata de combustible, erigida por el ayuntamiento de Madrid al “Héroe de Cascorro”.


Tomado de Un soplo de niebla en la llanura. Camagüey, Editorial Ácana, 2015, pp.53-55.

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Comentarios
Y. J. Hall
3 años

Si es cierto que Eloy Gonzalo se amarró la soga al cuerpo para que lo recuperaran si lo mataban o lo herían, y salió conscientemente a jugarse la vida, ¿por qué es un mito lo que se dice y no un acto de extrema valentía, merecedor del reconocimiento que tuvo?

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Javier Vázquez
3 años

@Y. J. Hall Coincido con usted.

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Clemente Morgado
3 años

Sería interesante que participaran historiadores españoles para equilibrar el debate.

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Clemente Morgado
3 años

Eliminado por el autor.

María Antonia Borroto
3 años

@Clemente Morgado Sí, es lo ideal.

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Clemente Morgado
3 años

@María Antonia Borroto Conozco historiadores militares españoles, pero especialistas en Filipinas. De Cuba no conocí ninguno. De todas formas, compartiré el enlace a algunos historiadores militares españoles a ver si a alguien le interesa el debate. Yo, por mi parte, estuve en la Plaza de Cascorro en Madrid que en realidad es una plazoleta

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El Camagüey
3 años

@Clemente Morgado Le agradeceremos muchísimo cualquier ayuda en la difusión de este texto y, por ende, en el enriquecimiento del debate. Sería muy bueno tener otras perspectivas al respecto.

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Oreidis Pimentel
3 años

Hace años escrbí al respecto... Y por experiencia sé que es dificil, casi imposible, concretar un debate objetivo sobre el tema. La causa es sencilla: sería arrebatarles un mito. ¿Podrían ellos triangular o certificar con pruebas muchos detalles de los cuales donde único hay certezas es en Cuba y Cascorro? Ricardo Salazar, historiador de Cascorro, ha arrojado muchas luces, por el simple hecho de que por decenios sobrevivieron allí familias enteras descendientes de muchos protagonistas involucrados. Juan Padron tambien usó el argumento con Elpidio, pero es lógico a un español le duela saber que Eloy quemó una casa ya abandonada por los mambises y que parte de su interés era por una novia cubana. Desmontar un mito siempre es duro.

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Clemente Morgado
3 años

@Oreidis Pimentel Conocí a Ricardo Salazar en Cascorro y efectivamente ha dedicado su vida a desmontar el mito de Eloy Gonzalo. Es un debate que siempre estará abierto. Este último artículo yo lo encuentro bastante equilibrado.

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Clemente Morgado
3 años

Es difícil destruir un mito sin caer en los extremos porque, aunque la casa estuviera abandonada, lo cierto es que Cascorro estaba sometido a un asedio muy estrecho y salir del perímetro de los fortines era cuanto menos arriesgado, al punto que Eloy pidió ser atado por una cuerda para que su cadáver fuera rescatado en caso de ser abatido. Hace falta una lectura muy sosegada y desprejuiciada para ir encontrando la verdad, pues lo cierto es que cada parte cuenta su versión.

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Javier Vázquez
3 años

@Clemente Morgado ¿Y por qué habría que destruirlo? Los mitos siempre tienen algo de verdad en su base.

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María Antonia Borroto
3 años

A Bernabé Boza también le debemos un acercamiento en El Camagüey. Habría que explorar su Diario en busca de fragmentos para publicar en este sitio web. Crecen nuestras deudas... Y lo mejor, nunca serán saldadas. ¿Por qué? Un tema nos llevará a otro, y a otro, y a otro... Así hasta el infinito.

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María Antonia Borroto
3 años

Revisando las cartas de Gómez al general Francisco Carrillo —en busca de alguna referida a sucesos o personalidades del Camagüey— me topo con una fechada el 1ro de octubre de 1896, "a orillas de Cascorro". La carta en lo absoluto da detalles de cuanto ocurre —examina la marcha general de la guerra, la muerte del brigadier Zayas y sus consecuencias para las fuerzas de Las Villas—, aunque en una postdata, muy lacónica, deja entrever la gravedad de la situación: "10 días hace hoy que tengo sitiado a Cascorro. De esta noche a mañana tendrá que resolverse el asunto". (p.128)

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Javier Vázquez
3 años

@María Antonia Borroto Es una pena que no haya dado sus impresiones sobre el asedio a Cascorro.

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María Antonia Borroto
3 años

¡Qué pena que hasta este minuto apenas haya encontrado alguna misiva, entre las dirigidas por Gómez a Carrillo, que por derecho propio quepa en El Camagüey! Me han sorprendido el tono amistoso, incluso jovial del viejo general para con su corresponsal. No puedo resistir la tentación de citar el comienzo de una remitida desde Monte Cristi (sic) el 18 de septiembre de 1893: "Mi estimado amigo: "Gracias a Dios que su carta me ha servido de su fe de vida. Hasta llegué a creer un día que a V. de bobo se le antojase morirse, tales eran las noticias que me llegaban del mal estado de su salud. Parece que es V. el hijo más mimado de Cuba que solamente quiere que con ella sufra así en el campo como en la ciudad, puesto que la salud que no pudo quebrarse (sic) no la tierra yankee (sic) ni el suelo dominicano, antes al contrario, cada día más derecha y sólida, se torció al poner su planta en Cuba. Pero al fin se salvó, más no sé si ha quedado enclenque y sus piernas no sirvan para pisar con gallardía el estribo en la Polonia resucitada". (p.116) Sí podremos publicar, pues fue emitida en Najasa, una proclama de Gómez con fecha 1ro de julio de 1895. He ahí otra deuda de El Camagüey: la impronta del Generalísimo en esta región. De todas formas, sigo buscando...

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Javier Vázquez
3 años

@María Antonia Borroto Es que el Viejo era un hombre de matices.

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María Antonia Borroto
3 años

@Javier Vázquez Como todos, ¿no? El asunto es que nos gusta imaginar a los otros como seres de una sola pieza, y así nos los han mostrado. Así todo parece más fácil, y uno puede clasificar y etiquetar a las personas: buenos para un lado, malos para el otro... Nuestras guerras de independencia se han reducido muchas veces, en ciertas clases de historia y hasta en el imaginario popular, a las caricaturas de Elpidio Valdés. Bueno, de eso ya se ha hablado, y bastante, en El Camagüey.

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Javier Vázquez
3 años

@María Antonia Borroto Bueno, por lo que logro percibir, mostrar la complejidad, tanto de los fenómenos culturales, de los sucesos puntuales y de las personalidades, es casi una obsesión de El Camagüey.

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Rodrigo López Martínez
3 años

He visto muchas veces la estatua de la plaza de Cascorro de Madrid. En la escuela me hablaron de tan "magnífica azaña" o, y del heroe de Cascorro. Para mi, esta, fue una de esas historias que como, por ejemplo, las de los Reyes Caóticos, no me restaron demasiado de mi tiempo.

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Rodrigo López Martínez
3 años

Años mas tarde me enteré de que la historia la escribieron los vencedores, aunque no lo fueran en esta caso, Es por eso que desconocía los hechos aquí mencionados.

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Rodrigo López Martínez
3 años

Muchas gracias por ilustrarnos y afectuosos saludos.

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El Camagüey
1 año

En su edición del 8 de julio de 2023 el periódico español ABC incluye este artículo de Israel Viana sobre Eloy Gonzalo: Miserias ocultas de España: la terrible infancia que nunca contaron del héroe de Cascorro durante la Guerra de Cuba Muy poca gente sabe hoy la historia verdadera de Eloy Gonzalo, a pesar de la famosa estatua ubicada en el centro de la plaza del Cascorro, al comienzo del Rastro en Madrid. Sin embargo, la generación que vivió la Guerra de Cuba lo conoció bien. Era el gran héroe de España. Se podría decir, incluso, que el único que alcanzó verdadera fama en los medios de comunicación tras protagonizar uno de los episodios más trascendentes del conflicto. Como decía la revista Blanco y Negro el 30 de enero de 1897: “Es, sin duda, el soldado que más popularidad ha alcanzado en la presente guerra. Coincidían en él la heroicidad y la bravura de los defensores de Cascorro. Se había prestado voluntariamente a romper el cerco, incendiando una casa ocupada por el enemigo y, como creyó segura su muerte, mandó que le atasen una cuerda para que, tirando de ella, sus compañeros impidiesen que el enemigo profanase su cadáver”. Lo que ningún periódico contó esos años ni los siguientes fue la triste y curiosa historia que escondía nuestro héroe. Es como si la prensa hubiera querido esconder esa parte de su vida, que comenzó en Madrid el 1 de diciembre de 1868. Al poco de nacer fue abandonado en la inclusa de las Hermanas de la Caridad, situada en la calle Mesón de Paredes, en el barrio de Lavapiés. Eran las 11 de la noche y el frío aquel invierno fue mortal, pero encontraron a tiempo al recién nacido. Entre la ropa llevaba una nota para las religiosas –hoy conservada en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid–, que decía: “Este niño nació a las seis de la mañana. Está sin bautizar y rogamos que le ponga por nombre Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Luisa García, soltera, natural de Peñafiel. Abuelos maternos, Santiago y Vicenta”. El jornalero El futuro soldado nunca conoció a sus padres, puesto que fue adoptado a los pocos días por la esposa de un guardia civil que acababa de perder a un hijo recién nacido y aún podía darle de mamar. Buscaba, además, los 60 reales bimensuales que le daban de ayuda para sufragar su educación y que a buen seguro le hacían falta. Con esta familia vivió su infancia nuestro héroe, entre los pueblos de San Bartolomé de Pinares (Ávila) y Robledo de Chavela (Madrid). Sin embargo, la ayuda solo se entregaba hasta que el huérfano cumplía los 11 años, de manera que, al alcanzar esa edad, en 1879, no quisieron seguir manteniéndolo a su costa y lo entregaron a otra familia de Chapinería, otro pueblo de Madrid. Detalles de su vida que cuando la prensa de la época reseñaba sus hazañas nunca reveló. Allí se instaló Gonzalo para ganarse la vida como jornalero, peón de albañil, carpintero y aprendiz de barbero, hasta que fue llamado a filas en 1889. En su ficha se le describe como un hombre de pelo castaño, ojos azules y 1,75 metros de estatura. Fue destinado al Regimiento de Dragones Lusitania, 12º de Caballería, donde ascendió al rango de cabo dos años después por su buen comportamiento y su eficiencia en el servicio. En el Ejército encontró su sitio y su razón de ser. Se sentía orgulloso del servicio que prestaba a España tras ser abandonado por su madre y haber llevado una vida de penurias y poco afecto. Pero no se acabaron aquí las tragedias. En 1892 pasó al Cuerpo de Carabineros del Reino y, en el verano de 1894, fue destinado a la Comandancia de Algeciras. Había encontrado por fin una “familia adoptiva” en la que desarrollarse. Tal es así que, pocos meses, consiguió la seguridad suficiente como para pedirle permiso a sus superiores para casarse con una muchacha que había conocido en la localidad gaditana. Fue entonces cuando su vida, en el momento más feliz, se vino abajo: en febrero de 1895, sorprendió a su prometida en la cama con un joven teniente. Esta nueva y doble traición –la de su novia y la de un oficial– fue demasiado para él y Gonzalo zarandeó al teniente y le amenazó de muerte con su pistola. La nueva ley El oficial elevó una queja que acabó en un tribunal militar y nuestro protagonista fue arrestado y sometido a un Consejo de Guerra, en el que fue condenado a 12 años de prisión en Valladolid por un delito de insubordinación. Tenía 27 años y debería haber abandonado la cárcel a los 42, pero en agosto de 1895 el Congreso aprobó una ley de amnistía para todos aquellos presos dispuestos a luchar en la recién comenzada última fase de la Guerra de Cuba. “Algo parecido a lo que hizo Estados Unidos sesenta años más tarde, cuando envió a convictos a la selva de Vietnam”, apunta John Lawrence Tone en Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898 (Turner, 2006). En noviembre, Gonzalo se acoge a esta nueva ley y pide que lo envíen a la isla para, tal y como expuso en su petición al ministro de Guerra, “limpiar su honra, derramando la sangre por la patria”. La lenta maquinaria de la administración agilizó los trámites para aprobar su petición, ya que era necesario el máximo contingente posible para luchar contra los insurrectos cubanos. Así, el 25 de noviembre de 1895 embarca en un vapor en La Coruña con destino a La Habana, donde se incorpora al regimiento María Cristina, para un año después ser destacado en la famosa guarnición de Cascorro, a 60 kilómetros al sureste de Camagüey, en el centro de la isla. Como defiende Lawrence en su libro, aquel era el lugar perfecto para poder extirpar la culpa con su propia sangre: “Cascorro era indefendible, y el Ejército español nunca debería haber intentado conservarlo. El comandante supremo en Cuba, el capitán general Valeriano Weyler , que llegaría a ser conocido por el público americano como el “Carnicero”, admite en sus memorias que este enclave carecía de importancia militar, además de ser un objetivo muy fácil para los insurrectos cubanos. Con el tiempo, Weyler acabaría abandonando este y otros puestos aislados e inútiles, pero no antes de que Máximo Gómez y Calixto García [jefes del Ejército independentista] iniciaran su asedio el 22 de septiembre de 1896”. 219 obuses El panorama de la guarnición al comienzo del combate era desolador. Frente a los dos mil hombres del Ejército Libertador, los españoles solo tenían 170. Estaban diezmados y debilitados por la disentería, la malaria, el tifus, la fiebre amarilla y otras enfermedades y carecían de víveres y municiones suficientes para resistir un combate largo. Tampoco disponían de artillería para responder a los tres cañones cubanos de 70 milímetros. Conociendo su aplastante superioridad, García propuso las condiciones de la rendición, pero el comandante de la guarnición, el capitán Francisco Neila, no quiso ni hablar de ello. Los cubanos dispararon entonces 219 obuses de artillería sobre los tres pequeños fuertes que defendían Cascorro, matando e hiriendo a 21 soldados. La potencia y precisión de los rifles españoles mantenía a raya a los insurrectos, pero no por ello la situación dejaba de ser insostenible, sobre todo después de que estos tomaran un edificio a escasos 50 metros del fuerte principal, poniendo en grave riesgo la posición española. Tan cerca que incluso los anticuados rifles Remington y Winchester de los insurrectos podían matar de un solo disparo, por lo que Neila ideó un plan desesperado para salvar la situación. En ese momento solicitó un voluntario para que penetrara tras las líneas enemigas e incendiara el edificio en cuestión. Era un trabajo perfecto para un exconvicto que ansiara redimirse. Gonzalo levantó la mano y puso una única condición: tenían que atarle con una soga larga para que, cuando le mataran, como estaba seguro de que ocurriría, su cuerpo sin vida pudiera ser rescatado por sus compañeros. Y el 5 de octubre, protegido por la oscuridad, se dispuso a ejecutar la operación con un fusil máuser, una lata de petróleo, unas cerillas y muy pocas esperanzas. La hazaña “La angustia permaneció dibujada en la cara de los defensores, todos pendientes de una cuerda, hasta que empezaron a ver la luz del fuego que comenzaba a devorar el edificio. Lo había conseguido y estaba con vida. Aprovechando el incendio, los españoles realizaron una vigorosa salida contra los sitiadores en la que también tomó parte el valiente soldado que, con su acción, había salvado el destacamento. La resistencia aún tuvo que durar unos días, hasta que, el 6 de octubre, una columna de socorro liberaba la guarnición de Cascorro. La noticia corrió como la pólvora y pronto llegaron los reconocimientos: una medalla pensionada, felicitaciones, donativos y actos públicos”, cuenta el historiador Germán Segura García en su artículo 'Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro' (Revista Española de Defensa, 2018). En España, la hazaña de Eloy produjo un gran impacto. En la Guerra de Cuba, todas las batallas que se habían librado hasta ese momento fueron de nula trascendencia. Los insurrectos se habían dedicado, sobre todo, a quemar propiedades, volar trenes y atacar puestos aislados, mientras los españoles intentaban apresarlos sin éxito. En medio de esta triste campaña, el heroísmo de nuestro protagonista enalteció el ánimo de los españoles: había conseguido un éxito militar que parecía inalcanzable, dando muestras de un extraordinario valor, regresando sano y salvo de su misión. “Uno de los episodios más gloriosos de estos último días ha sido, sin duda, el sitio del poblado de Cascorro”, resaltaba Blanco y Negro en su edición del 24 de octubre de 1896 , dos semanas después de haberse producido este. La guerra, sin embargo, continuó y el héroe de Cascorro siguió combatiendo activamente en la región de Matanzas, tratando de reducir a las últimas partidas rebeldes durante la primera mitad de 1897. Hasta que el 6 de junio ingresaba en el Hospital Militar de esta ciudad. El 17 del mismo mes, fallecía como consecuencia de una infección intestinal provocada por la mala alimentación del Ejército, la cual le produjo una enterocolitis ulcerosa gangrenosa. Esta enfermedad se manifestaba con episodios de diarrea, cólicos abdominales y fiebre, los cuales padeció durante doce días hasta que sucumbió. A diferencia de muchos de los 50.000 españoles muertos en Cuba, el cadáver de Gonzalo fue repatriado al terminar la lucha en 1898. En 1901, ya se publicaba en la prensa la imagen de su estatua en el Rastro prácticamente colocada .

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