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Las cartas traspapeladas de Julián del Casal

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Las cartas traspapeladas de Julián del Casal

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Este artículo es un lejano resultado de un trabajo de compilación e investigación realizado por mí en Cuba para una segunda edición de mi biografía Casal (La Habana, Letras Cubanas, 1981), que debía publicarse en 1993 para conmemorar el centenario de la muerte del poeta.

Al aparecer la primera —y hasta ahora, única— edición de aquella biografía, personas que conservaban recuerdos y aun documentos de Casal, se pusieron en contacto conmigo para hacérmelos llegar. Hubiera sido magnífico tener algunos de aquellos documentos antes de publicar la biografía, pero el libro ya estaba impreso, de modo que era hora de pensar en una segunda edición, corregida de erratas y de errores, y aumentada en contenido.

Desde Camagüey, me llegaron dos cartas de Casal a la escritora Aurelia Castillo de González, ambas completamente inéditas. Fueron transcritas por el poeta y ensayista Luis Álvarez Álvarez y el investigador Gustavo Sed Nieves. Después de revisar y anotar ambos textos para su edición, se los envié a mi amigo Carlos Tamayo, en Las Tunas, quien los hizo publicar, con una breve introducción mía, en el periódico provincial, 26, el 11 de marzo de 1984, en su página cuatro.

No mucho después, la Editorial Letras Cubanas me comunicó que se proponían imprimir una segunda edición de mi biografía de Casal para conmemorar el centenario de su muerte, en 1993. Les respondí que podían esperar un nuevo mecanuscrito, donde integraría en el primer capítulo toda la valiosa información que Francisco Morán me había facilitado sobre la ruina económica del padre de Casal, y que se incluyó apresuradamente en un apéndice de la biografía, porque el proceso de edición de aquel libro ya no permitía reescribir todo un capítulo. Además —les dije a los editores—, pensaba utilizar en la segunda edición del libro, mi traducción —la primera en español— de las once cartas escritas por Casal en francés a Gustave Moreau, dadas a conocer por Robert Jay Glickman en la Revista Hispánica Moderna (1973).

Trabajando en la biografía, tuve ante mí la posibilidad de compilar, paralelamente, un epistolario de Casal, donde podrían integrarse todas sus cartas conocidas y aún dispersas, con las que escribió a Moreau —las once en francés con sus respectivas traducciones, y una en español— junto con otras encontradas recientemente por la investigadora Sandra González —de quien fui condiscípulo en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana—, más las dos cartas del poeta a Aurelia Castillo de González descubiertas en Camagüey. Propuse, pues, aquella compilación de cartas a la Editorial Letras Cubanas, que dio su aprobación. El libro se titularía “Julián del Casal: El poeta en sus cartas”, pues la palabra epistolario me parecía exagerada en aquel momento, sospechando que más cartas de Casal aparecerían después…

Pero el conjunto resultante ofrecía ya una vívida imagen del hombre en algunas de sus más entrañables relaciones humanas, a través de páginas donde la sencillez expresiva, la transparente bondad de los sentimientos y la serena altivez moral del hombre constituyen, más allá de los méritos literarios de los textos, el verdadero y singular motivo de su trascendencia.

Las dos primeras cartas incluidas en aquella compilación no forman parte, estrictamente hablando, del discurso epistolar casaliano, pues son dos peticiones dirigidas al rector de la Universidad de La Habana con motivo de los inconclusos estudios de abogacía iniciados por el poeta en 1879. Estas cartas (una para solicitar su admisión en la universidad, la otra para que se le dispensara de un exceso de ausencias que motivó su exclusión de una asignatura) pertenecen al expediente académico de Casal, que se conservaba, originalmente, en el Archivo Central de la Universidad de La Habana. Aquel expediente y ambos textos, aunque naturalmente escuetos e impersonales, aportan informaciones valiosas acerca de la experiencia universitaria del poeta.

En busca del expediente estudiantil de Casal, me dirigí, inicialmente, a los archivos de la Universidad de La Habana. Allí me informaron que aquellas páginas habían pasado a la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, encargada de la conservación y restauración de documentos históricos de las luchas revolucionarias en Cuba. La oficina —fundada en 1964 por iniciativa de Celia Sánchez, compañera de Fidel Castro en la Sierra Maestra— se encontraba en las instalaciones del antiguo Banco Hipotecario Mendoza, en el barrio habanero de El Vedado, y era una especie de “fortaleza” oficial donde era imposible que entrara alguien que llegase por su propia cuenta. Pero yo entraba allí de lunes a viernes como miembro del equipo de investigadores que entonces integraba, con Cintio Vitier y Fina García Marruz, para realizar una edición crítica de las Obras completas de José Martí, cuyos manuscritos se conservaban en aquella oficina. Nos asistía en nuestra labor cotidiana la periodista e historiadora Nydia Sarabia Hernández, a quien le pregunté por el expediente académico de Casal. Poco después, me lo trajo de la bóveda donde se guardaba, y junto con el expediente me mostró una carta —escrita con la inconfundible caligrafía de Casal— y dirigida a su “Amiga Magdalena”, en la cual se leía:

Como ayer me dio fiebre, mandé a buscar a una hermana, pero no vino la misma, sino otra que es muy buena también.
Gracias a dos cáusticos creo que, por ahora, he vencido este tumor.
Me han dicho que María Luisa Chartrand tuvo uno igual que se le reprodujo nueve veces.

Aunque sin fecha, el contenido de la carta parecía aludir al período final de la enfermedad que causó la muerte de Casal. Me apresuré a copiar manualmente el expediente estudiantil del poeta y su carta a “Magdalena”, sintiendo que con ello comenzaba mi segunda edición de la biografía de Casal.

Magdalena Peñarredonda, gran amiga de Casal

Al día siguiente, comenté con Nydia Sarabia la importancia de aquel hallazgo inesperado, y me respondió que el texto formaba parte de un conjunto de documentos de Magdalena Peñarredonda, una figura femenina de la Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898), vinculada directamente al general Antonio Maceo, a quien Casal había conocido en La Habana en 1890, y sobre el cual había escrito palabras de admiración y simpatía. Y cuando Nydia Sarabia me dijo que entre los documentos de Magdalena Peñarredonda había otras cartas de Casal, le pedí que me permitiera consultar aquellos textos, pues podrían resultar muy significativos para completar su biografía.

Las cartas de Casal a Magdalena Peñarredonda —cuyo nombre completo se mencionaba en algunas, aunque a veces como “Peñarredondo”— eran numerosas, y no aparecían ordenadas cronológicamente, lo que me llevó a suponer que no habían pasado bajo muchas revisiones, y que se encontraban allí no tanto porque el remitente hubiera sido Julián del Casal, sino porque la destinataria era una colaboradora de Maceo.

Gracias, pues, a la campechana Nydia Sarabia, logré un acceso limitado a las cartas de Casal a Magdalena Peñarredonda, algunas de las cuales pude leer porque Cintio y Fina, por su parte, me permitían dedicar a ello parte del tiempo consagrado a Martí. Así fue como copié a mano la carta mencionada, y los fragmentos de otra que incluí en la compilación Julián del Casal: El poeta en sus cartas, que por gestión de Carlos Ripoll publicaría la Editorial Dos Ríos, de Nueva York, en el año 2000.

Pero no era Nydia Sarabia quien estaba a cargo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, sino un oscuro veterano de la revolución de 1959, a quien llamaban “el Capitán Pacheco”, y éste actuaba como un celoso guardián de la amplia documentación conservada en el recinto, donde había papeles de Fidel Castro. Ni siquiera Cintio Vitier o Fina García Marruz tenían acceso directo a los documentos de Martí, sino que debían pedírselos diariamente a Nydia Sarabia, quien nos los traía de la bóveda y después los devolvía al cerrado recinto. Sólo estos documentos —la papelería de José Martí— podíamos consultar los tres investigadores del Centro de Estudios Martianos. Para que pudiéramos ver y copiar algún otro documento, se necesitaba la autorización del Capitán Pacheco, quien se opuso tajantemente a mi investigación sobre Casal. Yo sólo entraba allí “para ayudar a Cintio y Fina con Martí”. Ante aquella negativa, y ante el apremio de mis editores para que les entregara la prometida compilación de cartas de Casal, decidí cerrar el libro con lo que había reunido en aquel momento.

Habiendo entregado a la Editorial Letras Cubanas el mecanuscrito original de mi compilación de las cartas del poeta, fui invitado por Carmen Peláez del Casal a revivir una vieja tradición —iniciada por Enrique Hernández Miyares, pero interrumpida ya durante algunos años: la de conmemorar la muerte del poeta ante la tumba donde fue enterrado éste —el panteón de la familia de su entrañable amigo Eduardo Rosell, en el cementerio habanero de Colón. Fue un día a finales de octubre realmente fúnebre, húmedo y oscuro, y habría allí unas cuarenta personas. Concluida la evocación de quien siempre había sido, para sus descendientes, el “tío Julito”, Carmen Peláez, caminando juntos por la avenida central del cementerio, me confió que —dada su edad y en previsión de una muerte no lejana— había decidido legarme todo lo que la familia Peláez del Casal conservaba del poeta: cartas y otros documentos, recuerdos personales, la fotografía dedicada por Maceo a Casal, el retrato que del poeta hizo García Menocal…

Amelia Pélaez del Casal junto a María del Carmen del Casal, Carmela, hermana de Casal 
Cortesía de Carmen Pélaez

Esa noche, ya en mi casa, recordé la novela The Aspern Papers, de Henry James, en la que un ambicioso narrador anónimo trata de apoderarse de los documentos de un gran poeta imaginario, Jeffrey Aspern. Los documentos de José Martí habían sido declarados patrimonio nacional por el gobierno cubano, pero no así los de Casal, y la idea de recibirlos legalmente era fascinante. Así podría completar mi biografía del poeta y enriquecer su epistolario. Pero, si aceptaba la propuesta de Carmen Peláez, el “tesoro casaliano” quedaría en las manos de un hombre que necesitaba —como antes lo había ansiado Casal— escapar de la cárcel moral y espiritual en que se le había convertido la Isla. Decidido a partir “ligero de equipaje”, como quería Antonio Machado, le aconsejé a Carmen Peláez del Casal que donara el fondo del “tío Julito” a la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional “José Martí”, donde podrían integrar un valioso fondo dedicado a la obra y la vida del poeta.

El mecanuscrito final del libro “Julián del Casal: El poeta en sus cartas”, que entregué a la Editorial Letras Cubanas en 1990, contenía treinta y siete cartas o fragmentos de cartas escritas por Casal a diversos destinatarios. Y la editorial había iniciado el proceso de composición y producción del libro —del cual llegué a revisar, corregir y aprobar las primeras y segundas pruebas— antes de mi viaje a Buenos Aires, el 11 de septiembre de 1991, invitado por las universidades de La Plata y de Rosario a ofrecer conferencias sobre los Versos sencillos de Martí y la poesía de José Lezama Lima. Cuando salí de Cuba, ya había decidido que, al cumplir con aquellos compromisos, no regresaría a la Isla. Permanecí, pues, unos seis meses en Argentina, y después viajé a los Estados Unidos. Aquella decisión fue causa de que la Editorial Letras Cubanas detuviera la publicación de Julián del Casal: El poeta en sus cartas”, y de que la Editorial Gente Nueva detuviera, por su parte, la impresión de un cuaderno inédito de poemas para niños escrito por Emilio Ballagas, y transcrito y prologado por mí a partir de los manuscritos originales del poeta, conservados en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba.

Pero las copias al carbón que hice para conservar los mecanuscritos de mi biografía de Casal, y de la compilación Julián del Casal: El poeta en sus cartas”, me acompañaron hasta el final de mi dilatado viaje. Y en 1999, por invitación del hispanista Enrico Mario Santí, publiqué un adelanto de la compilación de cartas de Casal en un número especial de la publicación académica Cuban Studies[1] (University of Pittsburgh Press, 1999, p. 121-128). Allí incluí las dos solicitudes enviadas por el poeta al rector de la Universidad de La Habana, sus dos cartas a Aurelia Castillo de González, y —lo más importante— di noticia de su correspondencia con Magdalena Peñarredonda, al publicar por primera vez la carta que había logrado copiar completa en la Oficina de Asuntos Históricos.

Un año después, y por sugerencia del historiador Carlos Ripoll —con quien sostuve una creciente amistad hasta el día anterior a su muerte por mano propia, en 2011— se imprimió la compilación Julián del Casal: El poeta en sus cartas, en una edición limitada de cincuenta ejemplares fuera de comercio, bajo el sello de la Editorial Dos Ríos, fundada por el propio Ripoll en Nueva York, y la rúbrica de la colección Una Sola Palabra, a la que yo había dado inicio en 1995, por consejo de Eugenio Florit, para publicar mis cuadernos de poesía. El objetivo de aquella primera edición completa, era dejar constancia física de que el libro Julián del Casal: El poeta en sus cartas —y la investigación que le había dado origen— se habían realizado en Cuba, y que su texto, impreso en los Estados Unidos en el año 2000, avalara su existencia y sirviera de base, eventualmente, a la segunda edición de mi biografía de Casal. Con tal propósito, se enviarían ejemplares a bibliotecas de Cuba y de los Estados Unidos. Yo me ocupé de los envíos a Cuba, entre cuyos destinatarios estuvieron la Biblioteca Nacional “José Martí” y la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana.

Nunca tuve respuesta sobre los ejemplares enviados.

Afortunadamente, el original de la carta que Casal escribió a Aurelia Castillo de González con fecha 18 de septiembre de 1892 —una de las dos transcritas por mí y dadas a conocer en el periódico provincial de Las Tunas en 1984— fue encontrado, años después, en el Museo Provincial Ignacio Agramonte, de Camagüey, y apareció —junto con su transcripción— en la publicación digital El Camagüey, acompañada de la siguiente nota: “El Camagüey agradece a Xiomara Lezcano la posibilidad de publicar esta carta”. La transcripción y la fotocopia de la carta pueden consultarse en este propio sitio web.

Finalmente, en Cuba, Leonardo Sarría compiló un Epistolario de Julián del Casal a partir de un fondo cultural establecido en la Biblioteca Nacional “José Martí”, donde ahora se concentran todos los documentos del poeta previamente conocidos, más los conjuntos conservados por la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, y por la familia Peláez del Casal —las hermanas de la pintora Amelia Peláez del Casal, hija del doctor Manuel Peláez y Carmela del Casal, hermana materna del “Tío Julito”, como llamaban ellas, familiarmente, a su ilustre y cercano antepasado.

El mencionado Epistolario fue dado a conocer en 2017 por la editorial Almenara, cuya sede nominal se encuentra en la ciudad holandesa de Leiden, aunque en sus publicaciones no se consigna dirección física alguna, ni siquiera un apartado postal.

En su “Nota introductoria”, se hace referencia a las compilaciones anteriores de la correspondencia casaliana como lo que realmente fue: un proceso tan lento como esforzado y acumulativo: “Fragmentos de algunas de sus epístolas, como los recogidos por Emilio de Armas en su compilación de la Prosa (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979), más datos e informaciones disímiles, permitían suponer asimismo la amplitud y riqueza de esa correspondencia, pero las cartas parecían esquivas”[2]. (Epistolario, Almenara, p. 9.)

Y a continuación, se afirma que Carlos Valenciaga Díaz fue “el primero en dar noticia del extraordinario fondo que ha hecho posible este libro”, a saber: los documentos conservados por la familia Peláez del Casal y las cartas del poeta a Magdalena Peñarredonda, guardadas por la Oficina de Asuntos Históricos. (Epistolario, Almenara, p 10). Tal afirmación, por su parte, se remite a un artículo de Valenciaga Díaz: “El que nace siempre en poesía. Julián del Casal en Colección Cubana”, del que se ofrece una dirección digital.

Cuantas veces he tratado de acceder al texto de Valenciaga Díaz por medio de esta dirección, he recibido la misma respuesta: This site can’t be reached.

Librínsula es una publicación digital de la Biblioteca Nacional “José Martí”, cuya circulación en Internet se vio interrumpida recientemente, según se consigna en su portal digital:

Estimados amigos, colaboradores y seguidores:
Con satisfacción y alegría, tras un año de interrupción por razones ajenas a nuestras causas, Librínsula, revista digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí regresa al aire con la edición número 413. La revista saldrá en su frecuencia mensual en formato PDF, descargable desde la página web de nuestra institución. 

En otro número digital de Librínsula se ofrece una detallada información acerca del proceso que dio origen al establecimiento del Fondo Julián del Casal en la Biblioteca Nacional “José Martí”. Se trata de un artículo del que es coautor Carlos Valenciaga Díaz, y donde se lee:

A excepción de la carta escrita [a Casal] en abril de 1863 por [Enrique] Gómez Carrillo, que vio la luz en el No. 19 de La Habana Elegante, todas las misivas [incluidas en el Fondo Julián del Casal] hasta ahora eran inéditas al no figurar entre las recogidas en los dos empeños recopilatorios más notables de la correspondencia de Casal: el tomo III de la Edición del Centenario, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, y las agrupadas por Emilio de Armas en su compilación de la prosa con el sello Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979.

Doy las gracias a Valenciaga Díaz por referirse a mi edición en dos tomos de la Prosa de Casal (La Habana: Letras Cubanas, 1979) entre “los dos empeños recopilatorios más notables de la correspondencia de Casal”. Y aprovecho la oportunidad para declarar que tal “empeño” no fue el resultado de mi trabajo. Recibí el mecanuscrito, ya editado por Letras Cubanas a partir de la Edición del Centenario, con la petición de que lo prologara. Al revisar dicho mecanuscrito, me di cuenta de que la distribución de los textos era mejorable, y le propuse a Letras Cubanas hacer algunos cambios, lo cual fue aprobado por los editores. Mi mayor contribución a aquella compilación (la última que se ha hecho de la obra completa en prosa de Casal, y donde faltan algunos textos encontrados posteriormente por otros investigadores, entre ellos el poeta y ensayista Francisco Morán), fue el prólogo que escribí para la compilación, y que aparece en el primero de sus dos tomos.

Pero la “ineditez” de un texto no la determina su ausencia de todo “empeño recopilatorio” anterior, sino la condición de no haber sido publicado previamente por ningún medio. La compilación del Epistolario de Casal dada a conocer por Almenara en 2017, es una clara prueba de ello. Faltan allí las dos cartas que Casal envió a Aurelia Castillo de González, publicadas previamente en Cuba (diario 26, Las Tunas, 1984), reproducidas en Cuban Studies (University of Pittsburgh Press, 1999), más las dos cartas del poeta al rector de la Universidad de La Habana, reunidas todas en mi “empeño recopilatorio” Julián del Casal: El poeta en sus cartas (Editorial Dos Ríos: Nueva York, año 2000), libro que, de haberse impreso en Cuba en 1993 junto con la segunda edición de mi biografía de Casal, hubiera formado parte del esforzado homenaje que las vanguardias más jóvenes de la intelectualidad cubana rindieron al poeta —en Cuba y fuera de Cuba— en el centenario de su muerte.

Pero aquel homenaje fue —en Cuba— un ejemplo de cómo las burocracias políticas, al convertirse en rectoras de la cultura de un país, dan en reescribir incesantemente la historia de esa cultura, esforzándose por crear un canon que —por inestable y movedizo— resulta falso en todas sus versiones.

Dicho todo lo cual, saludo la notable compilación, a cargo de Leonardo Sarría, y la publicación del Epistolario de Julián del Casal (por Almenara en Leiden [?], 2017, y por la Universidad de La Habana en 2018), una edición tan necesaria como largamente esperada. Sólo les sugiero a los editores que incorporen en próximas ediciones las cuatro cartas de Casal dadas a conocer mundialmente en el mencionado número de Cuban Studies en 1999. Los textos de aquel número fueron digitalizados posteriormente, y pueden consultarse en Internet

Algún día, quienes trabajamos por la cultura cubana tal vez podamos reencontrarnos en un espacio abierto a la cooperación desinteresada y franca.

12 de diciembre de 2024

La camagüeyana Aurelia Castillo de González, otra gran amiga de Casal


CUATRO CARTAS PARA EL EPISTOLARIO DE JULIÁN DEL CASAL

Al Rector de la Universidad de La Habana

Ylustrísimo Sr. Rector:

Julián del Casal y de la Lastra natural de La Habana de 15 años de edad a usía ilustrísimo respetuosamente expone que según el documento que acompaña es Bachiller en Artes[1] y deseando matricularse en esta Universidad como alumno de Ampliación de Derecho

A Usi. ilustrísimo suplica se sirva disponer que por la Secretaría general se me[2] matricule en las asignaturas correspondiente [sic] y es gracia que no dudo alcanzar de la bondad de Usi. Ilustrísimo.

Habana 26 de Stbre de 1879

Julián del Casal y de la Lastra[3]

[Ms. copiado en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de Cuba (OAHCEC). Reproducido en “Julián del Casal: El poeta en sus cartas”, Cuban Studies, University of Pittsburgh Press, 1999, p. 123].


Al Rector de la Universidad de La Habana

Ylustrísimo Sr. Rector de la real Universidad de la Habana.

D. Julián del Casal, alumno de Ampliación de Derecho, a V. Y. respectivamente [sic] expone: que habiendo sido borrado por primera vez[1], de la asignatura de Literatura Latina, por haber[2] cumplido el número de faltas que previene el Reglamento, y siendo estas faltas en su mayor parte involuntarias; a V. Y. suplica se sirva dispensarle el tercio de ellas, conforme el Reglamento.

Es gracia que espera alcanzar de la bondad de V. Y.

Habana 6 de Abril de 1880

Julián del Casal y de la Lastra[3]

[Ms. copiado en OAHCEC. Reproducido en Julián del Casal: El poeta en sus cartas, Cuban Studies, University of Pittsburgh Press, 1999, p. 124.]


A Aurelia Castillo de González[1]

Habana, Mayo 17 de 1892
Mi muy distinguida amiga:

Antes que nada, debo pedir a usted mil perdones por no haber contestado oportunamente la benévola y honrosa carta que le inspiró a usted la lectura de mis últimos versos[2], pero como aquélla estaba destinada a publicarse —y el señor del Monte lo hubiera hecho en uno de estos días, si Gonzalo no la recoge ayer— esperaba verla impresa para escribir a usted y poder apreciar mejor, a la vez que sus innumerables bellezas de estilo, la inmensa bondad con que su espíritu noble y elevado juzga mis producciones.

Yo me había enterado de ella por una rápida lectura que oí a Gonzalo, pero no conservaba más que una impresión agradabilísima, impresión que he vuelto a sentir después de leerla y que me obliga a escribirle estas líneas, no por mera cortesía, sino para indicarle simplemente la satisfacción que me han producido sus generosas frases, dejando que usted, con su poderosa intuición y su envidiable talento, suponga lo muy agradecido que, tanto por esa carta como por sus múltiples atenciones, le estará siempre su admirador y amigo

q. l. b. l. p.

Julián del Casal

[Trs. en 26, Las Tunas, 11 de marzo de 1984, p. 4. Reproducido en Julián del Casal: El poeta en sus cartas, Cuban Studies, University of Pittsburgh Press, 1999, p. 123.]


A Aurelia Castillo de González[1]

Habana 18 de Setiembre de 1892
Mi excelente amiga:

Puesto que usted se empeña, no tengo inconveniente alguno, sino, por el contrario, experimento una viva satisfacción, en que se lea o recite alguna composición mía en la velada que prepara el Liceo a favor de la Srita. Mercedes Matamoros. Pero exijo, amiga mía, dos condiciones: primera, que no sea yo mismo el lector o recitador, porque no tengo gracia para ninguna de ambas cosas; y segunda, que no se me invite para la velada, porque me es de todo punto imposible asistir.

¿Qué composición deseo que se escoja? Cualquiera de ellas. Creo que ninguna tiene efecto para ser recitada. Así, pues, elija usted la que le guste y la que juzgue adecuada para el caso.

Ardo en deseos de leer el prólogo que ha escrito usted para el tomo de la inspirada poetisa cienfueguera[2]. Pero eso sí, no quiero que me lo lea nadie, sino leerlo yo mismo a solas, porque gozo más de esta última manera y aprecio mejor la belleza de lo escrito.

Gracias por todo y, con recuerdos al señor González[3], se despide de usted su entusiasta admirador y amigo

Julián del Casal

[Trs. en 26, Las Tunas, 11 de marzo de 1984, p. 4. La transcripción y la fotocopia de la carta original, encontrada en el Museo Ignacio Agramonte e incluida en el sitio web El Camagüey]

La aparición
Gustave Moreau
7
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Comentarios
Teresa E Fernandez Soneira
4 días

Muy bueno este artículo/relato de Emilio. Mi amiga, Ma. del CArmen Muzio, la madre de Leonardo Sarría, que Emilio menciona, acaba de publicar una historia novelada de Magdalena Peñarredonda, gran amiga de la familia Pelaez-Casal. Muzio mi amiga, ha buscado las famosas cartas de Magdalena y no las ha encontrado. Ahora veo en donde están....en ese "bunker". Gracias Emilio por lo interesante del relato y de toda la información que ofreces. Me ha encantado. Y gracias a Ma. Antonia por publicarlo.

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Eduardo Arteaga
3 días

Interesante historia escrita con valiosos detalles sobre las cartas de nuestro gran poeta. Gracias, Emilio, no solo por este relato, sino por tu continuado y fructífero estudio y aportes a la cultura cubana

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