De un poema inédito, Los Cañaverales, de Felipe Pichardo que tuvo el raro mérito de no ser premiado en no sabemos qué Juegos Florales, publicamos aquí estos bellísimos fragmentos, Felipe Pichardo es un poeta de intensa emoción. En una ciudad provinciana, en el viejo Camagüey, ha ido lentamente purificando su obra. Hoy está casi libre de la pesada carga retórica, la complicada retórica modernista, no menos vana y estéril que todas las otras. El admirable autor de La Amada Ausente, ese hondo ejemplo de nuestra sensibilidad poética, ha visto su camino lleno de claridad. Y como en éxtasis quiere recorrerlo, no oyendo sino la íntima voz de su espíritu, no viendo otra luz sino la que arde en su corazón.
La India os vio nacer. Sus arrozales
fueron vuestros hermanos. Mucho antes
de venir a estas tierras tropicales,
tras vosotros pasaron los rumiantes
y velaron quizás los tigres reales,
e iban los rebaños de elefantes
paciendo sobre los cañaverales
en las penosas siestas asfixiantes.
Mas, dejando la Patria, vuestras lanzas
conquistaron las Islas, que los mares
circundan con sus grandes esperanzas:
Por Chipre, por Sicilia y por Madera
vinisteis a buscar nuestros palmares
para adornos de vuestra cabellera...
Sangre de África! Sangre acaso
de venas reales! Terror
del kral, donde la tribu
abandonada de su Dios,
fue capturada, en una razia
del portugués o el español...
Cadena viva, que a la costa
se arrastra, desde el interior,
atravesando los boscajes
y los desiertos, bajo el sol;
caravana de los esclavos,
negro rosario de dolor,
riqueza viva del negrero
camino de la exportación!
Ganado humano, amontonado
en las bodegas y el pañol,
y travesía inacabable,
vivos y muertos en montón...
Sangre acaso de venas nobles,
voces que mandaron! Terror
junto a los cortes de las cañas
desde que el alba floreció!
Carne nostálgica de algo
que allá en la patria se quedó:
rezos misteriosos, y rezos
contra la cólera de Dios.
Vida acabada a latigazos
bajo la crueldad del sol:
Mancha de sangre, patrimonio
de una y otra generación!
Sangre acaso de negros reyes!
Cabezas veneradas! Terror
en los trapiches de madera
debajo el látigo feroz...
Quejas en lenguas primitivas,
ruegos quizás, que nadie oyó...
Agonía de la molienda
hecha de sangre y de sudor!
Todo eso lo sabéis vosotros,
cañaverales! Bajo el sol,
oísteis cantar a los esclavos
extraños cantos de dolor,
cuentos de la tierra lejana
donde la madre se quedó,
en una lengua misteriosa
que el blanco nunca conoció…
Todo eso lo sabéis vosotros,
¡oh cañas dulces! Y, así, por
eso tenéis manchas de sangre
algunas veces; y así son
vuestros murmullos a la brisa
rezos que ruegan el perdón!
Oh rubia cabellera de los cañaverales,
que tembláis a la brisa como al influjo de una amorosa declaración.
¡Desde mi ciudad, loca por las fiebres actuales,
os traigo esta canción!
Desde el pueblo dormido hasta el batey lejano
donde tiemblan las máquinas como nerviosas de indignación,
sois la muestra viviente del prodigio cubano,
que tras de cada guerra
pone sobre la tierra la nueva floración!
¡Que sea cual vosotros la Patria! Que florezca
su rosal de esperanzas en cada nueva aurora,
y que ante sus tropiezos, su juventud se crezca
y hacia nuevos empeños encamine la prora!
En los tiempos actuales y en nuestros campos rudos,
derramáis el encanto de las vides antiguas,
y acaso si extrañáis los términos barbudos
que os marcaran el límite de heredades contiguas.
Sobre los cortes vuestros, pacientes bueyes pacen;
y siempre bien dispuestos para todo ideal,
puras llamas de fuego vuestros campos se hacen
tan sólo con el beso del buen sol tropical!
Yo os amo. Y porque alzáis al cielo vuestras lanzas,
porque sois verdes; porque habláis en español,
os dedico este canto de vida y esperanzas.
a pesar de Monroe, bajo mi claro Sol!
¡Ya que vuestra riqueza nos atrae miradas
ambiciosas, que vele tal riqueza por nos!
¡Cañaverales! ¡Lanzas sobre Cuba clavadas:
velad, y en vuestra brisa rogad por ella a Dios!
Tomado de Social. Vol.VIII, Núm.3, marzo de 1923, p.25.
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