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Joaquín de Agüero y sus compañeros de Camagüey

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Joaquín de Agüero y sus compañeros de Camagüey

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Cuanto más se reflexiona sobre el viacrucis de los cubanos para fundar una comunidad de hombres libres, más asombra que tal empresa no hubiera quedado terminada desde mediados del siglo XIX, cuando hubo en Cuba una poderosa corriente de opinión revolucionaria, cuyos representantes más visibles padecieron la cárcel, el destierro o el cadalso, cuando no esos tres suplicios sucesivamente.

Desde mucho antes la posición geográfica y el desarrollo económico de Cuba permitía a sus hijos conocer al día los sucesos del mundo civilizado y observar el contraste entre los avances del liberalismo y la democracia en el exterior, y el constante retroceso de las libertades y del sistema administrativo en su país. Particularmente el creciente intercambio comercial con los Estados Unidos, a donde hacia 1850 iban ya a parar productos de exportación cubanos, equivalentes al doble de los que eran remitidos a España, ofrecía a los cubanos la oportunidad de contemplar con envidia el bienestar espiritual de la mayoría de los habitantes en los pueblos en que impera la democracia. La misma codicia que reservaba a los amos de la colonia el disfrute exclusivo de las ingentes rentas públicas, mantenía la Isla sin caminos interiores; dando lugar a que, precisados a valerse casi únicamente de las comunicaciones marítimas, los vecinos hallasen más fácil trasladarse de Camagüey y otros puntos de Tierra Adentro, a Charleston, Nueva Orleans o Nueva York, que a La Habana, y en consecuencia, asimilasen el gusto por la vida norteamericana antes que pudiesen entender el régimen de castas imperante del modo más chocante en la capital de la colonia y su contorno.

De ahí que camagüeyanos como El Lugareño y Joaquín de Agüero, que realizaron estudios en La Habana y estuvieron en los Estados Unidos en su primera juventud, apenas alcanzaron la posesión de autoridad para determinar sobre sus propios intereses; el uno movilizó bienes propios para fomentar un ferrocarril que sacara de su aislamiento a Puerto Príncipe; el otro, fundó una escuela gratuita de su peculio en Guáimaro y dio libertad a los ocho esclavos que le tocaron en herencia.

Joaquín de Agüero

El momento histórico en que ambos hombres (prototipos de una generación que no es posible estudiar entera en breve charla) alcanzan la plenitud vital, corresponde a una de las épocas más feas y confusas de la historia de Cuba. El despotismo y la esclavitud justamente han llegado por entonces en la colonia al ápice de su curso. Gobiernan, con facultades de jefes de plazas sitiadas, militares ávidos de poder y de dinero, en contubernio vil con la peor clase de contrabandistas, los tratantes de esclavos. Condenada a la suerte de colonia de plantaciones, la Isla prospera gracias a las actividades privadas de sus habitantes; pero ¡con qué esfuerzos consiguen los hacendados la cooperación oficial para abrir una escuela, publicar una revista o estrenar un camino de hierro! En el orden espiritual, nada más que la sumisión absoluta a los dictados del jefe de turno, quieren los amos de la colonia que distinga a sus vecinos. Por enterarse demasiado de las cosas del mundo los americanos del continente, se perdió el continente. La ilustración niega el viejo derecho de la conquista, el cual autoriza la tiranía y la explotación como fundamentos de la gobernación colonial. Por eso Tacón expulsa a Saco y arranca de la dirección de la Sociedad de Amigos del País a Arango y Parreño, cuando sus paisanos se la otorgan como un último honor. Por eso O’Donnell envuelve en las mallas de un siniestro proceso a Luz y a otros próceres y hace fusilar a Plácido y otros pardos cultos. Por eso Joaquín de Agüero es llamado a explicar su conducta al libertar a sus esclavos. Por eso Concha, que no es un militar ignorante, sino instrumento inteligente de una política estúpida que comparten todos los estadistas españoles, aconseja al gobierno de Madrid la supresión de la Audiencia de Puerto Príncipe en 1851, y cuando el Ayuntamiento de aquella ciudad acoge y da curso a una solicitud de revocación de aquella medida, destituye y encarcela a los munícipes indóciles. Por eso su agente el general Lemery, al hacerse cargo de la Comandancia de aquella región irrita y ofende a la sociedad camagüeyana lanzando de su convento a las Ursulinas, que son monjas camagüeyanas y han educado muchachas que luego se comportan con independencia de las tradiciones de servilismo femenino y muestran interés por los asuntos públicos, y convierte en cuartel una casa erigida por la piedad criolla.

Respondían esas medidas a un plan claramente concebido. En comunicación al Presidente del Consejo de Ministros fechada el 21 de julio de 1851, Concha explicó detenidamente su conducta. “El mal estado de la opinión política de los habitantes de Puerto Príncipe” —según él— tenía su origen en la desproporción en que allí se hallaban los peninsulares y los de color (obsérvese que esta última expresión quiere decir: los esclavos y los siervos) con los hijos del país; la educación recibida por muchos de éstos en los Estados Unidos; la debilidad de la autoridad militar por la existencia de una Audiencia; “el género de cultura y riqueza del distrito”, y, en suma, el hecho de que sus habitantes eran “audaces y duros para el trabajo”. No se ocultaba a Concha la circunstancia, después evidenciada por los centauros del Rescate y de Palo Seco, de que siendo por naturaleza los camagüeyanos “excelentes jinetes” y disponiendo de un territorio muy a propósito para las maniobras de caballería, el peligro de que allí se propagara la guerra era gravísimo, cuando, como reconocía el oblicuo Capitán General, “el ansia que la mayor parte de sus habitantes tiene de anexión o independencia es ya un verdadero fanatismo”.

“Anexión o independencia” —que bien observada está la incierta opinión de la época— anexión o independencia, cualquier cosa que asegurara la separación de España, era el querer unánime de los camagüeyanos. Su mentor, su líder —como es usual decir ahora— Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, era un hombre profundamente convencido de que lo esencial era salir de las garras del león español, que estrangulaba toda posibilidad de progreso social. Se ha dicho, tomando demasiado a la letra sus opiniones (muy comunes después de todo en el mundo culto de su época) sobre la superioridad de las razas llamadas puras, que él es la más genuina encarnación del anexionista, ya que no confiaba en la naturaleza de la población de Cuba, en la cual quería inyectar vigor nórdico mediante el cruzamiento, secuela de la anexión. Sin embargo cuando se rastrea cuidadosamente el pensamiento político de aquel paradójicamente gran cubano, se ve que como en Narciso López, como en Cirilo Villaverde, como en Aniceto Iznaga y muchos otros protagonistas de los movimientos revolucionarios de Cuba de mediados del siglo XIX, no era la anexión el móvil esencial en El Lugareño, sino la libertad; fundamentalmente la libertad individual, que en la época en que le tocó vivir parecía cosa mucho más importante que la independencia o cualquier otra forma de organización política. Para la libertad y por la libertad, era indispensable la democracia. Por eso, el punto de convergencia de los propósitos de aquel grupo de próceres fue, pese a todas las discrepancias, echar a España de Cuba y dejar al pueblo liberado escoger su destino.

Quizás no haya documento de mayor valor para registrar los vaivenes del pensamiento político sobre Cuba del general López y de algunos de sus más notables adictos y adversarios, que el diario, aún inédito, que Cirilo Villaverde escribía en los años de su intimidad con el héroe de Cárdenas y Playitas. Allí consta, entre muchas interesantísimas, una conversación sostenida el lunes 17 de marzo de 1851 entre el propio Villaverde y El Lugareño, la cual demuestra que éste no rechazaba la posibilidad de Cuba independiente... de modo definitivo, pues todos los anexionistas consideraban la independencia como el paso previo para la anexión, y por eso no puede fiarse del valor de esta palabra aislada en sus pronunciamientos. Iban al oscurecer los dos patriotas hacia la vivienda del general López y, cuenta Villaverde:

Por el camino fuimos hablando sobre la futura República, y el papel que cada uno de nosotros estaría llamado a representar en ella. Betancourt me manifestó que estaba viejo; que el tiempo se le pasaba conspirando y que temía no poder ir a Europa al fin. Yo le dije que sin duda Cuba le daría bien pronto alguna comisión a Londres, y que esa sería una buena ocasión de ver a Europa...

Es decir, que ambos contemplaban a Cuba soberana, haciéndose representar como tal. Pero es digna de conocerse la respuesta del gran camagüeyano a Villaverde, pues pinta muy bien su carácter, que era el carácter genuino de los revolucionarios camagüeyanos:

Betancourt me replicó —consigna el novelista en su diario—, que no quería, ni aceptaría comisión de ninguna especie, que amaba tanto su propia independencia como la de su patria, y que si deseaba ir a Europa era libre e independiente para estarse el tiempo que se le antojara y volverse cuando le diera la gana.

Discípulo de El Lugareño, en el más elevado sentido de la palabra, puede considerarse a Joaquín de Agüero. No es pues extraño que dijera a sus aprehensores la bella frase que le atribuyó el periódico La Verdad comentando la entereza de los patriotas camagüeyanos: “Desde que tuve uso de razón he suspirado por la libertad de mi tierra”.

Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño

Carácter independiente, llamado en 1843 por el representante del Capitán General a explicar cómo es que había dado libertad a sus esclavos, hubo de acuñar esta frase espartana: “Cumpliendo un deber de humanidad y conciencia”.

En aquella ocasión salió de Cuba por consejo de amigos prudentes. Al regresar, pocos meses después, fue interrogado por la autoridad sobre, por qué se había ausentado de la Isla sin pasaporte. Y su simple, viril respuesta fue: “Porque no me lo dieron”.

Porque a Cuba no le daban libertad ni bienestar, él se sumó de los primeros a las conspiraciones revolucionarias. En 1849 se fundó la Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe, respondiendo a la inspiración de El Lugareño, quien desde Nueva York venía alentando a sus paisanos por medio de La Verdad y de correspondencia privada. El licenciado Serapio Recio Agramonte había de presidirla. Alrededor suyo se agruparon el licenciado Manuel de Jesús Arango, como El Lugareño, revolucionario desde los tiempos de los Soles y Rayos de Bolívar; Francisco Agüero Estrada (El Solitario) a quien habría que deberse la primera biografía de Joaquín de Agüero; el doctor Manuel Ramón Silva, igual Salvador Cisneros Betancourt, Augusto Arango y otros, llamados a distinguirse en el servicio de la libertad patria en el 68, tanto o más que en la alborada del 51. Para dirigir las actividades revolucionarias en Nuevitas, lugar de excepcional importancia por ser el puerto marítimo de Puerto Príncipe, la Sociedad Libertadora contó desde el primer momento con Joaquín de Agüero, quien allí tenía su casa, aunque solía andar en negocios por las haciendas de la jurisdicción, lo que le facilitaba la captación de prosélitos. Agüero, además, se hizo cargo de lanzar hojas volantes de propaganda subversiva, para lo cual se valía de una imprenta portátil importada al efecto de los Estados Unidos.

Extendido el movimiento conspiratorio a Tunas de Bayamo, la disputada Victoria de las Tunas de tiempos posteriores, y contando con las simpatías de criollos prominentes de Bayamo, Santiago de Cuba y otros lugares, la Sociedad Libertadora cobró extraordinaria pujanza después del desembarco de López en Cárdenas, cuando de Pinar del Río a Oriente, toda Cuba parecía estremecida por el fervor revolucionario; cuando, como puede calcularse por el número de causas instruidas entonces por la Comisión Militar en distintos lugares del país, banderitas, escarapelas y panfletos, versos sediciosos y ejemplares de La Verdad pasaban de mano en mano, y eran muchos los exaltados que se pronunciaban públicamente en favor de la anexión y del general López. No sorprende pues, que damas camagüeyanas donasen sus joyas para que fuesen vendidas a beneficio de las expediciones en preparación en los Estados Unidos, ni que el hecho fuese divulgado por La Verdad, para gloria de aquellas patriotas y aviso de las autoridades españolas. Para éstas no era un secreto que en toda la Isla se conspiraba, si bien el partido separatista, como solía decirse, no contaba con la trabazón y unidad de dirección indispensables para organizar con buen éxito un levantamiento simultáneo en todo el país. Para impedirlo fue nombrado Capitán General de Cuba, el teniente general José de la Concha, de quien López confesó en la intimidad, al saber que era enviado a oponérsele, que sentiría que muriera al producirse la invasión, pues era “un buen muchacho”; juicio que revela a la par el gran corazón y la penetración poco aguda del líder revolucionario; cuando Concha era, como había de probarlo pronto, para infortunio del general López y de la causa de la libertad cubana, peligrosa suma de Vives y Tacón, hombre despótico y sin escrúpulos, incapaz de amistad ni compañerismo, pero astuto y hábil, mano de hierro que en ocasiones sabía disimular su dureza bajo guante de seda.

Desde que tomó posesión del mando de Cuba, Concha quedó advertido de la situación que prevalecía en Camagüey y se propuso apagar los humos de aquella población rebelde. Primero determinó quitar de Puerto Príncipe la Audiencia, que daba realce al orden civil. Después puso al frente de la Comandancia Militar del Centro a un soldadote de su confianza, el general Lemery, cuyas cosacadas, como entonces se les llamó, habían de dejar imborrable memoria en Camagüey. Lemery, apenas posesionado del cargo, suspendió y amenazó a los concejales quejosos del proyecto de supresión de la Audiencia, y provocó el aborto del movimiento revolucionario que se fraguaba y que debía estallar en combinación con el desembarco de expediciones armadas procedentes de los Estados Unidos. El día 3 de mayo de 1851 dispuso la detención simultánea de los miembros más conspicuos de la sociedad principeña, que eran los directores del movimiento. Al día siguiente remitió a La Habana a seis de los que pudo aprehender, pues la mayoría de los comprometidos se ocultaron a tiempo, gracias a las simpatías generales de que gozaban en la población. Concha luego los desterró a España. “Estos desterrados podrán alegar ciertamente que lo fueron sin formación de proceso y sin previa justificación del motivo”, habría de confesar cínicamente después Concha en sus Memorias.

Joaquín de Agüero escapó entonces de las garras de Lemery, pues desde el 30 de abril había salido a recorrer fincas y poblados en labor preparatoria del levantamiento concertado. Al conocer las detenciones de Puerto Príncipe se instaló con un reducido número de amigos en lo alto de áspero monte, en El Farallón, cerca de Nuevitas. Allí recibía noticias de la marcha de las cosas. Allí festejó el primer aniversario del desembarco de Cárdenas, haciendo flotar por segunda vez en un pedazo de Cuba libre, la bandera de la estrella solitaria. (Y levantó acta de aquella celebración y la enterró para la posteridad, que no ha tratado de desenterrarla).

Narciso López

A fines de mayo, informado de que su escondite había sido descubierto, Agüero abandonó El Farallón y decidió entrar en acción, al mismo tiempo que apremió a la junta directiva de la Sociedad Libertadora para que diera la orden de levantamiento general; “con cuya medida —advertía— activaremos los trabajos exteriores de nuestros amigos que, al vernos en armas contra España, correrán en nuestro auxilio”. Tal, efectivamente, quiso el general López, de cuyas angustias por partir hacia Cuba, sobre todo desde que supo del levantamiento de Camagüey, ha quedado memoria en el diario, ya citado, de Cirilo Villaverde. Bien es verdad que el General comprendió que aquel levantamiento era prematuro y estaba llamado a frustrarse al demorar el apoyo exterior, que él no podía brindar de inmediato por falta de recursos o, si se quiere precisar más, por la desconfianza de Rodríguez Mena, de Goicuría, de Arteaga, del propio Lugareño y otros en él, desconfianza que se oponía a que le entregaran todo el dinero que habían acopiado para costear expediciones.

El 4 de julio, día que, incidentalmente, López había considerado de buen augurio para desembarcar en Cuba, fue la fecha señalada por la Sociedad Libertadora para el alzamiento general. Joaquín de Agüero, a quien se habían unido unos cuarenta hombres, amaneció ese día en la finca San Francisco de Jucaral. Allí dictó una Declaración de Independencia cuya frase capital es la siguiente:

De hecho y de derecho nos constituimos en abierta rebelión contra todos los actos o leyes que emanen de nuestra antigua metrópoli: desconocemos toda autoridad de cualquier clase y categoría que sea, cuyos nombramientos y facultades no traigan su origen exclusivamente de la mayoría del pueblo de Cuba, sólo en moral a quien reconocemos facultades para darse leyes en la persona de sus representantes.

Sin duda el documento carece de la amplitud y elegancia que han hecho inmortales y permanentemente gratas para la lectura otras declaraciones semejantes; pero sin duda en la del héroe camagüeyano está presente la ideología democrática de su autor, ideología que fue característica de los camagüeyanos, como quedó reiteradamente demostrado durante la organización del gobierno revolucionario en la Guerra del 68.

Rasgo que vale la pena recordar, pues completa el perfil político de Agüero, es el de que al proclamar la independencia de Cuba pidió a sus compañeros que eligieran jefe, y después de haber sido ratificado en su jefatura, aunque no por unanimidad —como seguramente hubiera sido si él no hubiera propuesto la elección de buena fe— al tomar a un arriero que conducía mercancías a Las Tunas algunos víveres que necesitaba, firmó recibo al propietario como simple “jefe de una de las partidas libertadoras de Cuba”.

Lo que ocurrió después es bien sabido. Marchó Agüero con su gente sobre las Tunas, donde había conjurados y podía proveerse de armas. Por equivocación, dos de los grupos o “brigadas” en que había dividido sus hombres, chocaron en la oscuridad y se produjo dispersión general. Luego, en San Carlos, libró el primer combate formal entre cubanos y españoles que se registra en la historia de Cuba. Con un puñado de valientes se enfrentó a 150 soldados realistas, causándole varias bajas y perdiendo él algunos compañeros. El licenciado Juan Francisco de Torres, Antonio María Agüero Estrada, Francisco Perdomo Batista, Mariano Benavides y Victoriano Malledo, fueron los primeros libertadores que dieron su sangre por Cuba peleando en campo abierto. Fue el 13 de julio de 1851. Días después Joaquín de Agüero, viéndose acosado por las tropas españolas, con las cuales cooperaban partidas de criollos, recomendó a los pocos compañeros que no se le habían separado, ante el fracaso evidente que se acogieran al indulto total que ofrecía a los insurrectos (aunque no había de cumplirlo), el general Lemery. Con él quedó una mano de héroes. El 23 de julio cayeron prisioneros en Punta de Ganado. Juzgados en Consejo de Guerra, Joaquín de Agüero fue condenado a muerte con sus mosqueteros Fernando de Zayas Cisneros, Tomás Betancourt Zayas y Miguel Benavides Pardo. Miguel Castellanos y Adolfo Pierra, quien tendría el honor de trasladar a la posteridad el relato de los últimos días de Joaquín de Agüero, fueron sentenciados a presidio.

Ni un momento desfallecieron aquellos mártires, hasta caer derribados por las balas del piquete de fusilamiento en la Sabana de Méndez, el 12 de agosto de 1851. De Fernando de Zayas, la tradición cuenta que gritó al enfrentarse a los fusiles españoles:

—“¡Muero por libertarte, patria mía!”

De Agüero es épica la conducta observada desde que cayó en manos enemigas; se comportó con extraordinaria dignidad, hecho que desmiente la insidiosa versión española recogida por Concha, de que lamentó en capilla no haber sido detenido a principios de mayo, como otros compañeros de conjura. En la causa que se le instruyó ha quedado constancia de que al ser interrogado por el Fiscal la primera vez explicó que al atacar a Tunas proyectaba celebrar allí una especie de plebiscito y “extender una exposición emanada espontáneamente del pueblo mismo al gobierno de S. M. pidiéndole las reformas de las leyes que nos rigen... ”; mas al ser sometido a la llamada prueba de confesión rehusó ratificar la declaración anterior y afirmó, a sabiendas de que, así él mismo se ponía en camino del patíbulo:

Pensaba entonces, y aún hoy mismo, que el país necesita de un gobierno y leyes muy distintas de las que le rigen y que estando en la imposibilidad de conseguir por medios legales estas mejoras, le era forzoso apelar a la fuerza, y para ello reunió armando a todos los que penetrados de sus mismas ideas quisieran seguirle...

Enterado de que un grupo de damas pretendía presentarse a Lemery pidiéndole clemencia para él y sus compañeros, Joaquín de Agüero rechazó aquel generoso intento manifestando:

Esa presentación es inútil y humillante, y por nada de este mundo deben humillarse las matronas de Camagüey, que son gloria y orgullo de mi patria... desengáñense, las lágrimas no pueden romper las cadenas, al hierro sólo lo rompe el hierro.

Y al conocer otra gestión en su favor que tramaban personas influyentes, y que se basaría en manifestaciones de arrepentimiento de él y los otros reos, escribió a su maravillosa mujer, Ana Josefa Agüero:

Sabré sostener mi puesto; sé que la vida me va en ello; pero no me haré traición a mí mismo... Zayas, Benavides y Betancourt se muestran igualmente grandes e identificados conmigo.

Jovialmente, haciendo chistes con sus compañeros de martirio y de gloria, esperó Joaquín de Agüero la muerte que había desafiado. Y si en algún momento aquel fiero varón se indignó de la deslealtad de que creyó ser objeto y preguntó, como se ha dicho, al ver frustrado el plan de evasión que se había fraguado, por el refuerzo de la guardia del cuartel en que pasaban sus últimas horas: —“Y ese pueblo, ¿qué hace?”. La respuesta debió gozarla en la inmortalidad, cuando en el 68 y en el 95 los camagüeyanos, fascinados por su memoria, cubrieron de hazañas de valor y patriotismo el suelo que él fecundó con su trabajo, con su ejemplo y con su sangre.


Tomado de Homenaje a los mártires de 1851. Cuadernos de historia habanera, dirigidos por Emilio Roig de Leuchsenring. 51. La Habana, Municipio de La Habana, Oficina del alcalde Sr. Nicolás Castellanos Rivero, 1951, pp.13-24.

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El Camagüey
1 año

Se incluyen a continuación textos también tomados de la edición de Cuadernos de Historia Habanera donde apareció este ensayo que permiten aquilatar la importancia que se le confirió en Cuba al centenario de estos sucesos y de los alzamientos de Isidoro Armenteros y Narciso López. "Atenta siempre la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana a conmemorar nuestras efemérides patrióticas, celebró, el 30 de agosto del presente año, con la cooperación de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, un acto público en homenaje a los Mártires de 1851 —Joaquín de Agüero y sus compañeros de Camagüey, Isidoro de Armenteros y sus compañeros de Trinidad y Narciso López y sus compañeros de Playitas— en ocasión de cumplirse este año el Centenario de ese trascendental acontecimiento histórico, que marca una etapa gloriosa en el proceso revolucionario libertador, forjador de la nación cubana. "Recogemos en este Cuaderno de Historia Habanera los trabajos que fueron leídos en ese acto por los miembros de dicha Sociedad, señores Fernando Portuondo y del Prado, Manuel I. Mesa Rodríguez, Raquel Catalá y Emilio Roig de Leuchsenring, adicionándolos con un apéndice, contentivo de la relación de las causas incoadas por la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Isla de Cuba con motivo de las actividades revolucionarias libertadoras de esos preclaros patriotas y mártires, que se conservan en el Archivo Nacional de la República; y también con la transcripción de aquellos particulares de las Actas del Cabildo Habanero que se refieren a los movimientos revolucionarios y expediciones de Narciso López. "Completamos esta Nota preliminar ofreciendo los antecedentes de ese homenaje y del que les ofrendó el Gobierno nacional, cuya iniciativa corresponde a la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Inter-nacionales, según podrá comprobar el lector con los documentos que se transcriben. EMILIO ROIG DE LEUCHSENRING, Historiador de la Ciudad de La Habana.

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En la sesión extraordinaria celebrada el 7 de agosto de 1951 por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales se dio cuenta de la siguiente moción que presentaron los compañeros María Josefa Arrojo y Manuel I. Mesa Rodríguez: POR CUANTO: En el presente año de 1951 ha de tenerse en cuenta el Centenario de varios acontecimientos ocurridos en datas diferentes, pero relacionados entre sí de modo evidente, que deben todos rememorarse sin olvido de ninguno de ellos. POR CUANTO: Entre esos hechos históricos no es natural ni lógico que Cuba recuerde los de una provincia con olvido de otras porque el motivo que dio lugar a los mismos tenía iguales propósitos y estaba alentado por los mismos afanes. POR CUANTO: Las figuras de Narciso López, J. J. Crittenden, Joaquín de Agüero, Fernando de Zayas, José Tomás Betancourt, Miguel Benavides, Isidoro de Armenteros, Fernando Hernández Echerri y Rafael Arcís fueron todos ejecutados por el gobierno español de la colonia, precisamente por sus intentos de liberar a Cuba de dicha gobernación. POR CUANTO: Está dentro de las razones de existencia de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales la de hacer conocer al pueblo de Cuba su historia patria, sin exclusivismos ni mixtificaciones, revalorando cuanto sea necesario los acontecimientos históricos. POR CUANTO: Precisamente en el presente mes de agosto y el primero del venidero septiembre comprenden las fechas de las ejecuciones de las mencionadas figuras históricas, los socios que suscriben piden que urgentemente se reúna la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y Acuerde Primero: Celebrar con un acto público y en un mismo momento la conmemoración de las ejecuciones de las personalidades mencionadas en el tercero de los por cuanto. Segundo: Encomendar a los compañeros que se ofrezcan a ello, las reseñas apologéticas pertinentes, dividiéndolas en tres partes: Narciso López y Crittenden; Joaquín de Agüero, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides; Isidoro de Armenteros, Fernando Hernández Echerri y Rafael Arcís Bravo. Tercero: Sugerir al Gobierno de la República que la conmemoración anunciada con respecto a Joaquín de Agüero, de carácter unipersonal, debe extenderse a los demás ciudadanos que intervinieron en 1851 en los acontecimientos que produjeron las que pueden llamarse víctimas o sacrificados de dicho año, ya que la Patria no debe ni puede hacer exclusivismos irritantes, cuando no fue sólo el gran Joaquín de Agüero actor único en aquellos empeños. La Sociedad acuerda por unanimidad: 1. Comunicar al señor Presidente de la República que la Sociedad ve con júbilo la resolución del Gobierno tendiente a conmemorar el Centenario del fusilamiento de Joaquín de Agüero y sus compañeros, pero que lamenta se haya omitido en dicha conmemoración a los demás patriotas que ofrecieron sus vidas en el mismo año y por la misma causa, sugiriéndole se rinda también a éstos análogo homenaje nacional. 2. Que la Sociedad celebre un acto el día 30 del corriente mes de agosto en el cual diserten los siguientes compañeros: 1. Joaquín de Agüero y sus compañeros de Camagüey, por Fernando Portunondo. 2. Isidoro de Armenteros y sus compañeros de Trinidad, por Manuel I. Mesa Rodríguez. 3. Las mujeres del 51, por Raquel Catalá. 4. Narciso López y sus compañeros de Playitas, por Emilio Roig de Leuchsenring.

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En la sesión extraordinaria celebrada el 7 de agosto de 1951 por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales se dio cuenta de la siguiente moción que presentaron los compañeros María Josefa Arrojo y Manuel I. Mesa Rodríguez: POR CUANTO: En el presente año de 1951 ha de tenerse en cuenta el Centenario de varios acontecimientos ocurridos en datas diferentes, pero relacionados entre sí de modo evidente, que deben todos rememorarse sin olvido de ninguno de ellos. POR CUANTO: Entre esos hechos históricos no es natural ni lógico que Cuba recuerde los de una provincia con olvido de otras porque el motivo que dio lugar a los mismos tenía iguales propósitos y estaba alentado por los mismos afanes. POR CUANTO: Las figuras de Narciso López, J. J. Crittenden, Joaquín de Agüero, Fernando de Zayas, José Tomás Betancourt, Miguel Benavides, Isidoro de Armenteros, Fernando Hernández Echerri y Rafael Arcís fueron todos ejecutados por el gobierno español de la colonia, precisamente por sus intentos de liberar a Cuba de dicha gobernación. POR CUANTO: Está dentro de las razones de existencia de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales la de hacer conocer al pueblo de Cuba su historia patria, sin exclusivismos ni mixtificaciones, revalorando cuanto sea necesario los acontecimientos históricos. POR CUANTO: Precisamente en el presente mes de agosto y el primero del venidero septiembre comprenden las fechas de las ejecuciones de las mencionadas figuras históricas, los socios que suscriben piden que urgentemente se reúna la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y Acuerde Primero: Celebrar con un acto público y en un mismo momento la conmemoración de las ejecuciones de las personalidades mencionadas en el tercero de los por cuanto. Segundo: Encomendar a los compañeros que se ofrezcan a ello, las reseñas apologéticas pertinentes, dividiéndolas en tres partes: Narciso López y Crittenden; Joaquín de Agüero, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides; Isidoro de Armenteros, Fernando Hernández Echerri y Rafael Arcís Bravo. Tercero: Sugerir al Gobierno de la República que la conmemoración anunciada con respecto a Joaquín de Agüero, de carácter unipersonal, debe extenderse a los demás ciudadanos que intervinieron en 1851 en los acontecimientos que produjeron las que pueden llamarse víctimas o sacrificados de dicho año, ya que la Patria no debe ni puede hacer exclusivismos irritantes, cuando no fue sólo el gran Joaquín de Agüero actor único en aquellos empeños. La Sociedad acuerda por unanimidad: 1. Comunicar al señor Presidente de la República que la Sociedad ve con júbilo la resolución del Gobierno tendiente a conmemorar el Centenario del fusilamiento de Joaquín de Agüero y sus compañeros, pero que lamenta se haya omitido en dicha conmemoración a los demás patriotas que ofrecieron sus vidas en el mismo año y por la misma causa, sugiriéndole se rinda también a éstos análogo homenaje nacional. 2. Que la Sociedad celebre un acto el día 30 del corriente mes de agosto en el cual diserten los siguientes compañeros: 1. Joaquín de Agüero y sus compañeros de Camagüey, por Fernando Portunondo. 2. Isidoro de Armenteros y sus compañeros de Trinidad, por Manuel I. Mesa Rodríguez. 3. Las mujeres del 51, por Raquel Catalá. 4. Narciso López y sus compañeros de Playitas, por Emilio Roig de Leuchsenring.

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SOCIEDAD CUBANA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS E INTERNACIONALES LA HABANA Agosto 8 de 1951. Dr. Carlos Prío Socarrás, Presidente de la República. Señor Presidente: En nombre de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, cúmpleme participarle que la misma acordó, en sesión extraordinaria celebrada en el día de ayer, expresarle con cuanto júbilo ha visto la resolución del Gobierno de conmemorar el centenario de la muerte gloriosa de Joaquín de Agüero y Agüero y sus compañeros José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides, alzados por la libertad de Cuba, en San Francisco de Jucaral y que, traicionados y hechos prisioneros en Punta de Ganado, fueron conducidos a Puerto Príncipe y ejecutados, el 12 de agosto de 1851. Pero esta Sociedad lamenta que se haya omitido por el Gobierno de su Presidencia el tributar también homenaje a los demás patriotas revolucionarios que en el mismo año y por las mismas causas inmolaron sus preciosas vidas, y que todos ellos son considerados en la historia de nuestras luchas libertadoras como los Protomártires del 51. Son estos otros, también preclaros patriotas: Isidoro de Armenteros, Rafael Arcís y Fernando Hernández Echerri, dirigentes de la conspiración de Trinidad fusilados en Mano del Negro, cerca de aquella ciudad, el 18 de agosto. Los miembros de la quinta expedición del general Narciso López, muertos por las fuerzas españolas en Pinar del Río fusilados en la falda del castillo de Atares en La Habana, el 16 de agosto, y entre los cuales se destaca el coronel William L. Crittenden. Y, por último, el propio general Narciso López, el caudillo ilustre, el primero que hizo ondear en nuestro territorio la bandera cubana, y que, caído prisionero, con su muerte en garrote vil, en la explanada de la Punta, en La Habana, el 1° de septiembre del mismo año, dio trágico y glorioso final a sus heroicos y reiterados empeños en pro de la independencia de Cuba. Nuestra Sociedad considera que, habiendo todos aquellos mártires consagrado sus esfuerzos y ofrendado sus vidas al mismo ideal de independencia que alentara el inmortal camagüeyano Joaquín de Agüero y Agüero, justo será que el Gobierno de la República los una a todos en la merecidísima conmemoración oficial que se prepara. Por su parte, la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales ha acordado ya celebrar el día 31 de agosto, en la Oficina del Historiador de la Ciudad, un acto en que se rendirá homenaje conjunto a todos los Protomártires del 51. Pero cree que aquellos héroes, primeros cubanos que murieron por la libertad, son acreedores a que la República, por medio de sus más altos poderes, dé a la conmemoración del centenario de su sacrificio por Cuba una amplia resonancia nacional. En la seguridad de que esta solicitud, por el espíritu de patriótica justicia que la informa, hallará en usted señor Presidente y en su Gobierno la más favorable acogida, trasmito a usted los saludos de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y le envío el testimonio de mi alta consideración. EMILIO ROIG DE LEUCHSENRING. Presidente.

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El Camagüey
1 año

REPÚBLICA DE CUBA SECRETARIO DE LA PRESIDENCIA La Habana, 8 de agosto de 1951. Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, Presidente de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, Palacio de Lombillo, Plaza de la Catedral, Ciudad. Estimado señor y amigo: Acuso recibo de su atenta carta fecha de hoy, y me es grato participarle haber entregado ya al honorable señor Presidente de la República el escrito que esa Sociedad le dirigió y que usted acompaña. ' Le saluda su atento amigo y s. s., ORLANDO PUENTE, Secretario de la Presidencia. REPÚBLICA DE CUBA MINISTERIO DE EDUCACIÓN La Habana, agosto 22 de 1951. Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad y Presidente de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, Ciudad. Mi estimado amigo: En relación con su propuesta al honorable señor Presidente de la República, de rendirle tributo nacional a los héroes y mártires de 1851, me place comunicarle que el Consejo de Ministros acordó, en sesión reciente, organizar una solemne velada en la Academia de la Historia con ese propósito, el 31 del presente mes de agosto a las nueve de la noche. En nombre del Gobierno de la República y en el mío propio, tengo sumo gusto en invitar a usted a dicho acto y a la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Aprovecho esta oportunidad para reiterarle el testimonio de mi consideración más distinguida, DR. AURELIANO SÁNCHEZ ARANGO, Ministro de Educación. La Habana, octubre 1ro de 1951.

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Eunice Hernandez
1 año

Me encantaría que hiciera un ensayo tan detallado como este de Rafael Vassallo y Rosselló.

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