Muy de mañanita aún, el forastero ha salido a ver la ciudad de Camagüey.
Cerca del hotel, le ha sorprendido el caprichoso aspecto de algunas casas. Nada de corte viejo o colonial. Las fachadas parecen obras de calígrafos vanidosos, de esos que se empeñan en lucir la letra, con rasgos y flores complicadísimos. Es una mezcla bizantina de barroco, rococó y “renacimiento” modernista: ornamentos floridos y geométricos, dinteles especulativos, cenefas y frisos fantásticos, truncas pilastras, efectos de espiral y serpentina en lo alto, problemáticos aleros, o bien, a lo largo de las azoteas, florones, ánforas, antorchas… ¡El art nouveau transportado a nuestro bravo e ingenuo Camagüey! El forastero ha pensado que esto pudiera ser el capricho excepcional de dos o tres propietarios, y, recordando todo lo que había oído acerca de los castizos vestigios en esta ciudad-relicario, ha seguido curiosamente hacia el corazón de la villa.
Pero las casas del mismo pseudo-estilo decorativo —casas nuevas todas ellas— se repiten, a cual más arbitraria. Las fachadas se dirían orlas de diploma, con su profusión de curvas y ramajes. No; no es un caso aislado, como se me antojó en un principio: parece más bien constituir ya una tradición. El mismo Ayuntamiento, construido en 1906, está ejecutado a tenor de esa manera modernista, y, según algunos informan, esa tendencia se originó en las iniciativas de varios constructores catalanes aquí venidos.
Gracias a esa peculiaridad, Camagüey ofrece al forastero un aspecto de graciosa y hasta elegante rebeldía.
Las partes nuevas de la población apenas sugieren su castizo abolengo, y ciertamente distan mucho de poseer aquella austeridad recia, sobria, algo ruinosa que a distancia se le atribuye. Forman al contrario, una ciudad coquetoncilla y risueña, con largas y animadas calles de profuso comercio, tráfago de gentes y tranvías, y aspectos decididamente capitalinos.
De vez en vez, sin embargo, según se aparta el forastero de las calles ambiciosas, perdiéndose por entre las menudas, enlodadas, humildes callejas, surgen los rezagos del tiempo viejo y revive la leyenda. Acá y acullá van apareciendo pequeñas casuchas, muy altas sobre el arroyo, como en andas de resquebrajada piedra. Los techos son de encendida teja, muy saledizo el alero, que a veces sostienen breves pilastras a media fachada, junto a las jambas de las recias y aldabonadas puertas. Las ventanas, las famosas ventanas de “palo”, fingen miradores, por la manera amplia y saliente como las cobijan en el exterior sus espesos enrejados de madera. Parece que, mirando al través de ellos, se ha de atisbar, dentro, un hidalgo con bonete, una panoplia roñosa y un lebrel.
Las gentes de Camagüey hablan con hondo rencor de este barro ignominioso que cubre las calles. ¡Oh, no creáis que el rencor es hacia su ciudad amada! Camagüey, en la noción de sus hijos, nació nítido y pulcro de la mano de Dios. Las sobras del barro divinal, ¡en tinajones se trocaron, que no en esta innoble papilla del arroyo! Pero los gobiernos, la incuria de los infames gobiernos le ha puesto así. Como no hay alcantarillado, fuerza es que las comadres vuelquen sus aguas sobre el tierno pavimento, harto necesitado ya él de alguna atención administrativa hacia sus baches abismales.
¡Risueño y amable Camagüey, tu único pecado es cuadrar tan lejos de Obras Públicas! Con todo, la voluntad amorosa de tus hijos ha añadido primores a tu natural encanto, y he aquí que ellos fomentan aristocráticamente tu arrabal, en la Vigía, y urden milagros de botánica aplicada en tu Casino Campestre, prestigiado con el nombre prócer de Guillermo (sic) de Quesada; y conservan a tus iglesias su pátina secular, y disponen dentro de ellas los altares de tal suerte, que los bajos y translucidos ventanales polícromos sirvan de fondo al ara y parezcan nimbadas de fuego las imágenes, y ascuas los menudos tabernáculos.
Por obra de tus hijos, estos comercios tienen, en sus vidrieras imprevistas opulencias; estos edificios alcanzan una excéntrica, pero gallarda distinción; tus plazas se apartan del tipo consabido del parque provincial, y en el más accesible de ellos, a la sombra de una iglesia linajuda (entre normanda y renacentista de perfiles), blande su espada, sobre el potro encabritado y broncíneo, tu hijo amado de la manigua heroica.
Es bella esta estatua de Agramonte, Camagüey. Es de las que no parecen un pisapapel (como algunas de La Habana que yo me sé), y los alto-relieves episódicos de sus costados son finos y elocuentes (a más de que, para verlos, no se ha menester binóculos).
Camagüey, Dios te conserve tu rancia distinción. El olfato experto husmea ya en ti pujillos de modernismo y auras de nordofilia. Tanto dancing y tanto cine pueden desgraciar los grandes ojos de tus camagüeyanas y aquél su porte heráldico tan loado. ¡Guárdate! Reintegra tus aceras pinas y tus arcos elípticos y tus puertas de curvo dintel; no profanes las viejas ventanas llamándolas “de palo”: no te embadurnes con cosméticos capitalinos, villa del Hatibonico! Mira que son tus encantos tradicionales los que conquistan y retienen al forastero, aún sin que tengas que darle a beber, según tu bruja conseja, agua de tinajón “con gusarapo”.
Esta noche, a punto de partir, el forastero ha conocido a un señor alto, de barba cuadrada y blanca, perfil marcial, maneras cuidadísimas. Viste pantalón negro; lo demás, blanco hasta el nítido lazo del corbatín.
Este señor es solterón. Camina y habla con distinguido reposo, y se cuentan de él historias bravas y galantes, viejas historias hidalgas de lances, amores y tropelías.
No oí bien el nombre; pero estoy seguro de que tal caballero viejo se ha de llamar Agramonte, Agüero, Betancourt o Varona…
Tomado de Glosario. Ricardo Veloso Editor, La Habana, 1924, pp.105-109.
La lectura de Mañach era un deleite en sus polémicas con otros intelectuales de la época. Temible pluma, de acerada punta. Por cierto, he leído varias biografía sobre José Martí, considero mejor la escrita por él. Breve, contiene todo lo esencial. Profunda. Si mal no recuerdo, la terminó en una semana o poco más. Es uno de los pocos libros que conservo. R.
@Romel H. Zell Coincido con usted. Hay momentos muy emocionantes en esa biografía, incluso la manera en que está contada la muerte de Martí (aun cuando uno al leerla ya sabe cuál va a ser el desenlace, por supuesto) aprieta el pecho como si se tratara de algo inesperado.
Salvador Arias recuperó y publicó en un libro muchos textos de Mañach sobre Martí también muy valiosos, en los que, con esa lengua filosa suya, cuestionaba la retórica que ya desde esa época rodeaba la figura de Martí.
Mañach era un gran prosista. Bueno, tengo entendido que llegó a ser consierado el mejor prosista de Hispanoamérica. A mí, en lo personal, ese tipo de jerarquías no me dice mucho —tal parece que se trata de un escalafón escolar o del rating de un cantante—, pero, como quiera, es un dato que sí permite aquilatar el prestigio que llegó a alcanzar, lo que vuelve aún más imperdonable el olvido en que cayó después de 1961.
Deliciosa crónica y nos nombra: "el bravo e ingenuo Camagüey". Observó algo que no todos veían y es que siempre se nos ha tildado de vivir hacia adentro sin hacer ostentación. Él descubrió en las fachadas el desbordamiento.
Había olvidado aclarar que El Camagüey ha podido publicar este precioso texto gracias a la generosidad de Adrián Quintero Marrero, quien nos la hizo llegar desde Sagua la Máxima (como le Mañach a su natal Sagua la Grande), y las fotos que acompañan nos las hizo llegar Pável García. Nuestro agradecimiento a ambos.
Excelente! Una mirada muy especial a Camagüey, sus calles, sus fachadas, algún que otro monumento, pero sobre todo al espíritu de sus pobladores, la disfruté mucho. Por primera vez la escuché en tu voz, María Antonia, me parece una idea genial. No sé si en otros artículos lo has hecho, me encantó. Gracias
Es meritoria la agudeza de sus valoraciones sobre el urbanismo, la arquitectura y el espíritu de la ciudad de Camagüey. Está claro que fue un hombre dotado de gran sensibilidad.
Como forastero que a veces el "risueño y amable" Camagüey adopta, he disfrutado mucho las impresiones de Mañach. Como arquitecto también. Me da gracia como en la época el Art Nouveau le parecía rebelde. Y en verdad lo fue. Pero ya se nos amalgama con el resto desde la distancia y el tiempo, en parte gracias la brusca "rebeldía" del movimiento moderno y todo lo que le siguió.
Hace poco yo también anduve de forastero por las calles de Camagüey. Igual que Mañach, noté el contraste entre lo colonial y lo art nouveau, y entre lo castizo y lo catalán. En un alarde de elucubración, me transporté al pasado e imaginé esas casas intactas, compitiendo por el protagonismo en la cuadra. Imaginé a los dueños originales pidiéndoles ornamentos vanidosos a los arquitectos o dejándose convencer por ellos. Visité algunas de ellas y me asombró el esplendor de los jardines interiores, la enormidad de los espacios, la altura de los techos, la ubicuidad de las columnas, la madera de las puertas, los patrones en los pisos de mármol, los tinajones en las más viejas... y mientras las miraba le buscaba también el sentido práctico a las cosas. Me imaginé viviendo en una de ellas cien años atrás y toqué los tinajones para sentir que tocaba la historia. Escogí para vivir la calle Mayor, hoy Cisneros, no muy lejos de la Catedral, y percibí que Camagüey había sido una ciudad con gloria, con dinero, con cultura, y que por eso había parido a La Avellaneda, a Ignacio, a Amalia, a Aurelia, a Varona, a Finlay, a Guillén...
De la excitación pasé al cansancio por el esfuerzo de la tremenda abstracción y me rendí ante la realidad que me rodeaba, cuyo peso colosal no podía menos que imponerse. La sobria y espléndida fachada colonial había sido tasajeada hasta ser convertida en un Frankenstein de concreto tricolor en el que viven ahora tres familias. Donde antes había una puerta gigante, hay ahora una puertecita y el resto es relleno de cemento. Donde estaba una ventana enorme con tejas encima, ahora está la puerta burda de un burdo garaje. Y en la azotea de la casa de enfrente, antes vestida de rococó, hay ahora un cuarto hecho al trozo, desplazando el pedazo del pretil que les estorbaba a los dueños actuales, “gente de urgencia diaria”.
Y así es casi todo en las calles del Camagüey de hoy: destrucción, mal gusto, decadencia... Cada mes que pasa hay una ventana en extinción menos y un garaje más donde antes había un salón con una enciclopedia y una señorita tocando el piano.
@Y. J. Hall Me ha emocionado tu escrito o mejor dicho nos ha emocionado a tu hermana y a mí, porque son tus vivencias recientes de ese Camagüey legendario que el tiempo corroe de forma creciente.
@Y. J. Hall Tristemente cierto lo que ha ocurrido con cientos de casas camagüeyanas. En la gran mayoría de los casos por la necesidad, pero en muchos otros, aún teniendo los recursos se recurre al facilismo y se destruye una fachada para siempre.
@Pável Alberto García Plenamente de acuerdo. Habría que analizar varios aspectos, desde nuestra psicología y esa manera de querer "resolver" rápido las cosas, hasta el irrespeto a la arquitectura y el diseño como especialidades. Sé que el asunto propiciaría un buen debate.
He conocido personas con muchísimo dinero que en vez de confiar el proyecto a especialistas (en vez, incluso, de asumir la reparación de su casa como un proyecto y contratar los servicios de un profesional), confían en su supuesta sapiencia y toman decisiones bastante erráticas. Igualmente podríamos hablar del mal gusto de algunos "nuevos ricos" y de sus códigos arquitectónicos (códigos, a la larga, con los que quieren expresar que "aquí sí hay billete"): la sobreabundancia de elementos "ornamentales" en las fachadas, cierto uso del color... Recuerdo textos de Miguel Coyula sobre el asunto.
Una descripción tan abarcadora y precisa que no dejó fuera un solo detalle, hasta el perenne lodo mencionado por otros cronistas al describir la ciudad. Mañach es siempre Mañach.
La prosa de Mañach tersa, elegante, criolla, todavía no ha sido disfrutada a fondo por generaciones a partir de la segunda mitad del siglo pasado.
En este caso resalta la original prestancia de Camagüey, tan cerca de la lluvias torrenciales y tan lejos de las buenas prácticas en reparación de viales. Las carpetas asfálticas dañadas, que deben ser escarificadas, recogidas y recicladas, aparecen en los presupuestos pero no en la realidad y las nuevas cubren a las viejas alcanzando, o rebasando el nivel de las aceras, mientras los registros del acueducto y el alcantarillado se convierten en pozos. Los arreglos superficiales, sin reparar salideros que socavan y producen enormes baches, la falta de control del tráfico pesado, incompatible con las estrechas y retorcidas calles con la consiguiente destrucción de aceras sobre las cuales giran pesados camiones; la insuficiente recogida de basura, que deteriora un paisaje urbano que se destacó por su limpieza y la falta de reparación sistemática, van dañando la belleza de una ciudad que fue elogiada, en mi presencia, por un matrimonio italiano llegado nada menos que de Florencia.
Esto se mezcla con el mal gusto y las decisiones caprichosas, como la que obstaculizó aceras de por sí estrechas con inoportunos caneteros exteriores a las fachadas, por mencionar un caso, rompe la armoniosa mezcla de lo colonial con el Art Decó, el ecléctico y el moderno que disfrutamos en la Plaza de la Merced, hoy Plaza de los Trabajadores. Esta nueva denominación resulta poco justificable para un entorno donde el reposado entorno no casa con el ajetreo repleto de bienes y servicios que pudiera suponerse. Cambiar nombres es algo digno de análisis cuidadoso, a veces es una exigencia histórica y ética. Por ejemplo, es insultante rendir homenaje a Sedano y conservar su apellido para designar una de nuestras calles, ya que fue la autoridad que de forma sumaria tronchó 14 vidas de libertos y esclavos, cuando la llamada Rebelión de Aponte. Por honroso que sea el nombre de un mártir, no debe reemplazar al de Ignacio Agramonte que llevó durante años la clínica que luego se transformó en Hospital Militar, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme cantidad de nuevas edificaciones dedicadas a la salud pública, que se construyen en nuestro país.
Miles de tinajones han emigrado a otras tierras, o han sido sepultados convirtiéndolos en cisternas: o han quedado secos durante décadas deteriorándose con los cambios terribles de temperatura que crean fisuras en sus paredes y ulteriores salideros. El símbolo del patio camagüeyano desaparece ante nuestros ojos, junto con el patio, víctima de sucesivas divisiones del inmueble.
Debí cerrar el anterior comentario con la observación de que la crónica de Mañach refleja un paisaje urbano camagüeyano desaparecido hace muchas décadas, que pudiera aprovecharse en esfuerzos actuales y perspectivos encaminados a la conservación sostenible de nuestro valioso patrimonio construido, con la debida flexibilidad y, sobre todo, con el buen gusto que este tipo de tarea exige, que felizmente, aparece en gran parte del trabajo ya hecho en esa dirección.
Esa sensación que provoca al paseante por nuestro Camagüey es tan única y a la ve tan sígnica. Son tales sus características propias. Lindo artículo, linda lectura del mismo
Comentarios
Jose Barreiro
4 añosQue bien. Que persistan.
María Antonia Borroto
4 años@Jose Barreiro Gracias.
Romel Hijarrubia Zell
4 añosLa lectura de Mañach era un deleite en sus polémicas con otros intelectuales de la época. Temible pluma, de acerada punta. Por cierto, he leído varias biografía sobre José Martí, considero mejor la escrita por él. Breve, contiene todo lo esencial. Profunda. Si mal no recuerdo, la terminó en una semana o poco más. Es uno de los pocos libros que conservo. R.
María Antonia Borroto
4 años@Romel H. Zell Coincido con usted. Hay momentos muy emocionantes en esa biografía, incluso la manera en que está contada la muerte de Martí (aun cuando uno al leerla ya sabe cuál va a ser el desenlace, por supuesto) aprieta el pecho como si se tratara de algo inesperado. Salvador Arias recuperó y publicó en un libro muchos textos de Mañach sobre Martí también muy valiosos, en los que, con esa lengua filosa suya, cuestionaba la retórica que ya desde esa época rodeaba la figura de Martí. Mañach era un gran prosista. Bueno, tengo entendido que llegó a ser consierado el mejor prosista de Hispanoamérica. A mí, en lo personal, ese tipo de jerarquías no me dice mucho —tal parece que se trata de un escalafón escolar o del rating de un cantante—, pero, como quiera, es un dato que sí permite aquilatar el prestigio que llegó a alcanzar, lo que vuelve aún más imperdonable el olvido en que cayó después de 1961.
Ada García
4 añosUna maravilla. He disfrutado la lectura y la audición
Ada García
4 añosGracias
Mirtha Hidalgo Pedroarias
4 añosDeliciosa crónica y nos nombra: "el bravo e ingenuo Camagüey". Observó algo que no todos veían y es que siempre se nos ha tildado de vivir hacia adentro sin hacer ostentación. Él descubrió en las fachadas el desbordamiento.
María Antonia Borroto
4 añosHabía olvidado aclarar que El Camagüey ha podido publicar este precioso texto gracias a la generosidad de Adrián Quintero Marrero, quien nos la hizo llegar desde Sagua la Máxima (como le Mañach a su natal Sagua la Grande), y las fotos que acompañan nos las hizo llegar Pável García. Nuestro agradecimiento a ambos.
Iliana Polo
4 añosExcelente! Una mirada muy especial a Camagüey, sus calles, sus fachadas, algún que otro monumento, pero sobre todo al espíritu de sus pobladores, la disfruté mucho. Por primera vez la escuché en tu voz, María Antonia, me parece una idea genial. No sé si en otros artículos lo has hecho, me encantó. Gracias
María Antonia Borroto
4 años@Iliana Polo Gracias. Éste es el primero que incluye la lectura del texto en mi voz. En lo adelante casi siempre será así.
Y. J. Hall
4 añosEn lo adelante y en lo detrás ;)
María Antonia Borroto
4 años@Y. J. Hall ☺
Ada García
4 años@Iliana Polo Prima, me alegra mucho verte por estos lares. El Camagüey es una belleza. Besos a todos
Henry Mazorra
4 añosEs meritoria la agudeza de sus valoraciones sobre el urbanismo, la arquitectura y el espíritu de la ciudad de Camagüey. Está claro que fue un hombre dotado de gran sensibilidad.
Abdel Martínez Castro
4 añosComo forastero que a veces el "risueño y amable" Camagüey adopta, he disfrutado mucho las impresiones de Mañach. Como arquitecto también. Me da gracia como en la época el Art Nouveau le parecía rebelde. Y en verdad lo fue. Pero ya se nos amalgama con el resto desde la distancia y el tiempo, en parte gracias la brusca "rebeldía" del movimiento moderno y todo lo que le siguió.
Y. J. Hall
4 añosHace poco yo también anduve de forastero por las calles de Camagüey. Igual que Mañach, noté el contraste entre lo colonial y lo art nouveau, y entre lo castizo y lo catalán. En un alarde de elucubración, me transporté al pasado e imaginé esas casas intactas, compitiendo por el protagonismo en la cuadra. Imaginé a los dueños originales pidiéndoles ornamentos vanidosos a los arquitectos o dejándose convencer por ellos. Visité algunas de ellas y me asombró el esplendor de los jardines interiores, la enormidad de los espacios, la altura de los techos, la ubicuidad de las columnas, la madera de las puertas, los patrones en los pisos de mármol, los tinajones en las más viejas... y mientras las miraba le buscaba también el sentido práctico a las cosas. Me imaginé viviendo en una de ellas cien años atrás y toqué los tinajones para sentir que tocaba la historia. Escogí para vivir la calle Mayor, hoy Cisneros, no muy lejos de la Catedral, y percibí que Camagüey había sido una ciudad con gloria, con dinero, con cultura, y que por eso había parido a La Avellaneda, a Ignacio, a Amalia, a Aurelia, a Varona, a Finlay, a Guillén... De la excitación pasé al cansancio por el esfuerzo de la tremenda abstracción y me rendí ante la realidad que me rodeaba, cuyo peso colosal no podía menos que imponerse. La sobria y espléndida fachada colonial había sido tasajeada hasta ser convertida en un Frankenstein de concreto tricolor en el que viven ahora tres familias. Donde antes había una puerta gigante, hay ahora una puertecita y el resto es relleno de cemento. Donde estaba una ventana enorme con tejas encima, ahora está la puerta burda de un burdo garaje. Y en la azotea de la casa de enfrente, antes vestida de rococó, hay ahora un cuarto hecho al trozo, desplazando el pedazo del pretil que les estorbaba a los dueños actuales, “gente de urgencia diaria”. Y así es casi todo en las calles del Camagüey de hoy: destrucción, mal gusto, decadencia... Cada mes que pasa hay una ventana en extinción menos y un garaje más donde antes había un salón con una enciclopedia y una señorita tocando el piano.
Ada García
4 años@Y. J. Hall Me ha emocionado tu escrito o mejor dicho nos ha emocionado a tu hermana y a mí, porque son tus vivencias recientes de ese Camagüey legendario que el tiempo corroe de forma creciente.
Henry Mazorra
4 años@Y. J. Hall Esa es la crónica de junio 2021, sin quitarle ni ponerle.
Y. J. Hall
4 años😢
María Antonia Borroto
4 años@Y. J. Hall Hermoso y triste.
Pável Alberto García
4 años@Y. J. Hall Tristemente cierto lo que ha ocurrido con cientos de casas camagüeyanas. En la gran mayoría de los casos por la necesidad, pero en muchos otros, aún teniendo los recursos se recurre al facilismo y se destruye una fachada para siempre.
María Antonia Borroto
4 años@Pável Alberto García Plenamente de acuerdo. Habría que analizar varios aspectos, desde nuestra psicología y esa manera de querer "resolver" rápido las cosas, hasta el irrespeto a la arquitectura y el diseño como especialidades. Sé que el asunto propiciaría un buen debate. He conocido personas con muchísimo dinero que en vez de confiar el proyecto a especialistas (en vez, incluso, de asumir la reparación de su casa como un proyecto y contratar los servicios de un profesional), confían en su supuesta sapiencia y toman decisiones bastante erráticas. Igualmente podríamos hablar del mal gusto de algunos "nuevos ricos" y de sus códigos arquitectónicos (códigos, a la larga, con los que quieren expresar que "aquí sí hay billete"): la sobreabundancia de elementos "ornamentales" en las fachadas, cierto uso del color... Recuerdo textos de Miguel Coyula sobre el asunto.
Ada García
4 añosPrecioso!!!
Elinor Pérez
4 añosUna descripción tan abarcadora y precisa que no dejó fuera un solo detalle, hasta el perenne lodo mencionado por otros cronistas al describir la ciudad. Mañach es siempre Mañach.
Gaspar Barreto Argilagos
1 añoLa prosa de Mañach tersa, elegante, criolla, todavía no ha sido disfrutada a fondo por generaciones a partir de la segunda mitad del siglo pasado. En este caso resalta la original prestancia de Camagüey, tan cerca de la lluvias torrenciales y tan lejos de las buenas prácticas en reparación de viales. Las carpetas asfálticas dañadas, que deben ser escarificadas, recogidas y recicladas, aparecen en los presupuestos pero no en la realidad y las nuevas cubren a las viejas alcanzando, o rebasando el nivel de las aceras, mientras los registros del acueducto y el alcantarillado se convierten en pozos. Los arreglos superficiales, sin reparar salideros que socavan y producen enormes baches, la falta de control del tráfico pesado, incompatible con las estrechas y retorcidas calles con la consiguiente destrucción de aceras sobre las cuales giran pesados camiones; la insuficiente recogida de basura, que deteriora un paisaje urbano que se destacó por su limpieza y la falta de reparación sistemática, van dañando la belleza de una ciudad que fue elogiada, en mi presencia, por un matrimonio italiano llegado nada menos que de Florencia. Esto se mezcla con el mal gusto y las decisiones caprichosas, como la que obstaculizó aceras de por sí estrechas con inoportunos caneteros exteriores a las fachadas, por mencionar un caso, rompe la armoniosa mezcla de lo colonial con el Art Decó, el ecléctico y el moderno que disfrutamos en la Plaza de la Merced, hoy Plaza de los Trabajadores. Esta nueva denominación resulta poco justificable para un entorno donde el reposado entorno no casa con el ajetreo repleto de bienes y servicios que pudiera suponerse. Cambiar nombres es algo digno de análisis cuidadoso, a veces es una exigencia histórica y ética. Por ejemplo, es insultante rendir homenaje a Sedano y conservar su apellido para designar una de nuestras calles, ya que fue la autoridad que de forma sumaria tronchó 14 vidas de libertos y esclavos, cuando la llamada Rebelión de Aponte. Por honroso que sea el nombre de un mártir, no debe reemplazar al de Ignacio Agramonte que llevó durante años la clínica que luego se transformó en Hospital Militar, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme cantidad de nuevas edificaciones dedicadas a la salud pública, que se construyen en nuestro país. Miles de tinajones han emigrado a otras tierras, o han sido sepultados convirtiéndolos en cisternas: o han quedado secos durante décadas deteriorándose con los cambios terribles de temperatura que crean fisuras en sus paredes y ulteriores salideros. El símbolo del patio camagüeyano desaparece ante nuestros ojos, junto con el patio, víctima de sucesivas divisiones del inmueble.
Gaspar Barreto Argilagos
1 añoDebí cerrar el anterior comentario con la observación de que la crónica de Mañach refleja un paisaje urbano camagüeyano desaparecido hace muchas décadas, que pudiera aprovecharse en esfuerzos actuales y perspectivos encaminados a la conservación sostenible de nuestro valioso patrimonio construido, con la debida flexibilidad y, sobre todo, con el buen gusto que este tipo de tarea exige, que felizmente, aparece en gran parte del trabajo ya hecho en esa dirección.
Maritza Betancourt Bernal
1 añoEsa sensación que provoca al paseante por nuestro Camagüey es tan única y a la ve tan sígnica. Son tales sus características propias. Lindo artículo, linda lectura del mismo
Manuel García Verdecia
1 añoUn texto como solo puede hacerlo un ser con la cultura, la sensibilidad y el rigor intelectual de Jorge Mañach.