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Elogio de Ana María

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Elogio de Ana María

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La historia de Puerto Príncipe está llena de mujeres sabias, digo sabias y no marisabidillas como las que fueron espanto de los neoclásicos españoles ni preciosas ridículas de aquellas que vituperó Molière sin un ápice de galantería. Las páginas ocres del siglo XIX nos traen a Sofía Estévez y a Domitila García inclinadas en la noche sobre las pruebas de El Céfiro, revista de imaginación y poesía; más allá, Amalia Simoni repasa con su profesora Fanny Persiani un aria de La Africana de Meyerbeer, se prepara para ser a la vez la esposa exquisita y la matrona romana, no sólo entre las hogueras de la manigua sino allá, en la emigración enlutada, dando lecciones en Mérida o cantando en las frías iglesias neoyorkinas, siempre la viuda del Mayor y a la vez siempre ella misma, la irrepetible; en su reducto de la calle del Cristo, Aurelia Castillo, discreta e irreverente, sumerge la pluma en el tintero para traducir otra página de DʼAnnunzio. Todas están más allá de la simple erudición o del lauro académico, las posee un aliento vital, una fuerza nacida de la tierra que da gravedad y relieve a sus acciones.

Al escribir esta página en homenaje a Ana María Pérez Pino, bastaría tal vez con afirmar que ella pudo estar en la fundación de la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe o como Águeda Cisneros hablar con voz grave a las autoridades españolas para reclamar como derecho lo que no aceptaría por limosna. Al estudiar una tradición, la ha hecho suya y ha entrado en ella sin sobresaltos.

Lo más valioso de Ana María como investigadora es que ese título no pudo dárselo ninguna escuela o centro de investigaciones, sino que supo ganarlo en el silencio de archivos y bibliotecas. Discreción, paciencia, constancia, son sus mejores auxiliares. Tiene además esa intuición profunda que le hace descubrir el dato valioso o el fragmento que completa la laguna donde otros con más curriculum sólo veían un papel sin importancia.

Su labor en la Casa Natal del Mayor y en el Museo Provincial Ignacio Agramonte la convirtió a ella, holguinera legítima, en camagüeyana por adopción. Ha llegado a conocer sus colecciones de modo tal que no sólo puede explicar cada detalle y mérito de las piezas más valiosas, sino que logra recordar la foto modesta, la escarapela, el alfiler de corbata, de ahí que sus páginas rebosen de esos pequeños detalles que hacen comprensible la gran historia.

Hace algunos años pidiéronme Gustavo Sed y ella una sencilla revisión de estilo de un trabajo suyo sobre el Cementerio General de la ciudad, la incidental colaboración me apasionó de tal modo que no pude separarme ya más del equipo, aprendí allí, en aquel despacho junto al balcón que se abría a la calle República más que con muchos doctores. Gustavo aportaba su exhaustivo conocimiento del siglo XIX en Puerto Príncipe y tantos folios inéditos de su misterioso archivo, además de un sentido del humor que podía demoler la tesis más engolada, Ana mostraba modestamente las fichas con huellas de meses y años de búsqueda, hablaba poco pero podía cazar al vuelo la brizna que faltaba para reconstruir un hecho. En medio, yo, aturdido, procuraba traducir a la lengua común y si era posible a la científica, tanto diálogo barroco, tanto matiz que reclamaba los pinceles de Caravaggio. Un párrafo concluido podía ganar el aplauso de ambos o deshacerse en segundos para volver a alzarse con mucho trabajo para que al fin pudiera apresar la verdadera filosofía de la historia de la región.

Si he de ser objetivo y no es eso cosa común en los elogios, un mínimo defecto empaña la conducta de mi amiga: su modestia excesiva que convierte su habitual desenvoltura en timidez extrema, a la hora de exponer un trabajo casi siempre ante un auditorio donde sobran títulos y faltan aportes semejantes a los suyos o cuando se trata de reclamar reconocimiento para la propia obra. Tal vez sea virtud exagerada pero eso más de una vez la ha dejado al margen de lauros sobradamente merecidos. También dicen que hay una Ana María iracunda y de lengua terrible cuando se le ofende, pero mejor que yo, a ésa la conocerán bien ciertos desalmados.

Mas si me fuera dado preferir una de sus facetas yo escogería la de andar por casa, la del café y el consejo oportuno que puede desde su mecedora calar nuestros pensamientos y juntar en la misma sonrisa el trabajo y la fiesta. Veía Lezama como casa arquetípica de lo cubano la de Lydia Cabrera y María Teresa Rojas, allí no estuve y lo siento...pero el autor de Paradiso tuvo que perderse una noche de San Silvestre en la terraza de Ana, en la que entre humos de cerdo, cervezas y sones se invocaba con familiaridad las figuras de Miguel Adolfo Bello, Antenor Lescano o el Marqués de Santa Lucía. Todo Puerto Príncipe estaba allí y esas visiones son dadas a muy pocos.

Por eso, aún en días muy atareados, espero los largos diálogos telefónicos con Ana María. La ausencia de Gustavo nos ha privado de muchos placeres, pero ella que trabaja casi siempre en la sombra, ha conservado la parte mejor que como a la bíblica María, no le será quitada.

(2001)

El autor junto a Ana María.


El Camagüey agradece a Roberto Méndez y a Rodolfo García Pérez las fotos que ilustran este texto, y a Henry Mazorra su digitalización.

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Comentarios
Aurelio Márquez-Machado
2 años

Gracias Roberto, muy bonito todo esto; la cara de Ana María se me hace tan familiar!...y a Gustavo Sed quien de mis tiempos no lo recuerda y admira?

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Daimí Ruiz Varela
2 años

Una verdadera joya este regalo merecidísimo de Roberto Méndez a su amiga, colega y coterránea de adopción. Ese "trío de luz para la historia local" que fueron en los 90, Gustavo, Ana María y Roberto, nos deleitaron, y enriquecieron los saberes de nuestras raíces y esencias camagüeyanas, por tales, cubanas. También el método para investigarlas. Tuve la oportunidad de disfrutarles en el Museo Provincial dónde acudían no solo a investigar en sus fondos documentales y objetuales, sino también a participar de los eventos investigativos, y lo mejor, ser parte de alguna cita informal, de las que a veces se producían coloquialmente, entre ellos y los trabajadores del museo en medio del oficio museal, fuera en las ventiladas galerías, en medio de una oficina, en el hermoso patio o en algunas de las salas expositivas...pero sin dudas las tertulias camagüeyanas en la casa de Ana María y en ese balcón con vistas a República estaban "condenadas" a ser espectacularmente inolvidables.

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Rodis Reyes
2 años

Tuve el sagrado privilegio de conocerlo a usted, a Gustavo y a Ana María y he disfrutado este gran Elogio

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Rebeca Burón Marín
2 años

Gracias por compartir lo que una persona maravillosa puede inspirar en otra igualmente maravillosa. Al final uno y otro resultan admirables. Tuve el privilegio de conocer a Ana María Pérez Pino gracias a Gustavo Sed y al programa "En frecuencia" que compartíamos cada noche de domingo en Radio Cadena Agramonte, un inmenso privilegio. La evocación desde la poética exquisita de Roberto Méndez me hizo recordar aquel primer programa "En frecuencia" que intentábamos grabar sin la presencia de Gustavo. Allí estaban, por supuesto, Ana María Pérez Pino, también Elda Cento, Mabel Aladro y quién fuera directora de la Casa Quinta Simoni, cuyo nombre no recuerdo. Entre lágrimas, recuerdos y añoranzas grabamos aquel programa que se mandó a archivar como patrimonio. Fue así, como lo describe Roberto Méndez, a quien quiero agradecer también estos recuerdos que se convierten en homenaje por lo que representan en admiración y respeto. Quizás, María Antonia, también te hubiera gustado estar en el Estudio de Voces de la Radio aquel día...

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Teresa Fernandez Soneira
1 año

Muy hermoso comentario. No conocí a Ana María ni a Gustavo Sed, y a ti Roberto, solo por nuestras epístolas, pero llegará el día en que nos demos un abrazo y recordaremos a todos estos grandes historiadores de nuestra Cuba amada.

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Mirtha Padrón
1 año

Fue mi vecina, y su esposo y ella, amigos de mis padres. Así los conocí, visitando su casa en Boves, donde comíamos y jugábamos con sus hijos. Nos pasábamos las tardes en esa casa. Yo siempre la vi así, como mi tía o un familiar cercano. Mis fotos de graduación de 6to grado son en la sala de esa casa. Yo sufrí que se mudaran a República como algo muy grave. Se iba, parte de la familia. Me parecía que era muy lejos. Nos veíamos menos y fuimos creciendo los “niños”. Caminos diferentes. Mami y ella seguían viéndose y hablando por teléfono. No me caían bien los nuevos vecinos de la casa antigua. Los pobres, que nada tenían que ver. Tonta de mí. Nada fue igual. Nos fuimos más lejos después y jamás pudimos volver a verla y despedirnos. Aunque desde acá sí hablamos con Rodolfito y Juanqui. Abrazos. Repetí la palabra casa, muchas veces porque así fue: mi otra casa

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