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Un libro —Madre, de Máximo Gorki—nos descubre la intimidad de una religión nueva: el comunismo. A su través, podemos encontrar el poder misterioso de la secta: una gran devoción amorosa, fe en el destino del humano y una gran fraternidad social. Pero todo este afán, transido de una emoción nueva, bañada de ansiedad y de místico soporte.

Leyendo este libro —el mejor de propaganda roja— nos alejamos de todas esas leyendas de dureza creadas alrededor del comunismo. No hay nada más disímil a este libro, por ejemplo, que ese otro, también ruso, Cemento, llegado hace poco tiempo a nuestras librerías, y releído por nuestra juventud ávida de crítica.

En cambio, este otro libro, de Gorki, nos lleva por caminos de una beatitud tiernísima.

Y no se olvida en él, por un instante, la solución inquebrantable del marxismo. Ni tampoco la preocupación constante revolucionaria. Pero los seres de Gorki son cortados por la misma tijera de aquellos otros que se movían en las catacumbas romanas impregnando al mundo con el hálito del cristianismo.

Sobre todo, lo que destaca con relieve insuperable es la obligación moral, nueva, de la mujer. Debemos subrayar que esta novedad de la mujer en el ajetreo del mundo, es en las cosas que atañen a la lucha social, porque es muy sabido que todas las grandes luchas religiosas han sido impulsadas por la mujer.

Se explica que el comunismo haya traído a la mujer a la lucha revolucionaria. Ningún hombre puede alcanzar a una mujer en avidez psicológica y en ardor impulsivo del subconsciente. Cuando una mujer quiere, no hay océano que la separe de su querencia. Es como una raya entre su espíritu y la cosa anhelada.

De las mujeres, pues, nace ese fervor que tiñe la propaganda roja, y a más, ese darse plenamente hasta el sacrificio. Lo vemos, diáfano y preciso, en Madre.

La Madre ni siquiera conoce la teoría comunista. Va poco a poco, como a tientas, adentrándose en ella. La impulsa, con una simpleza heroica, el amor que siente por su hijo. Poco a poco se va deslumbrando, y cuando se entrega, llega hasta el infinito de abnegación por su causa.

Pinta Gorki unos seres tan distintos a los del mundo burgués que todos parecen santos. De una santidad sincera. Porque en el amor se embriagan, y sin conocerse, a distancia, y con el sólo hilo del parentesco social que los une, ya son hermanos de veras. Sobre todo, lo que cautiva y deja el espíritu en desconfianza es la prueba constante de verdad a que se someten. En este libro aparece que el comunismo exige, constante, el derribo de la falsía. Como si estuvieran empeñados en descascarar a las gentes involucradas con mentiras. Desnudez de pensamiento y desnudez de vida. Verdad siempre.

El problema sexual, sobre todo, es cosa de poca monta dentro de ellos. Se manifiesta, naturalmente, en la carne misma, y se satisface si no pugna con la causa; sino se pierde de vista. Quizá la insatisfacción deje en el espíritu un sabor amargo, pero se guarda muy secretamente, porque la gran cuestión es trabajar por la lucha social.

Subraya el libro, constantemente, la sinceridad de los sentimientos. Antes señalamos el amor; ahora indicamos el odio. Cuando muerde el alma de un hombre, de estos del libro de Gorki, le arranca el pedazo. Sangra la herida hasta que el mismo hombre no satisface su sentimiento.

Se muestran, además, en estas páginas, invencibles. Dice Gorki: “las ideas, como las pulgas, no se pueden matar”. Cierto. Con este lema, en el libro, se divisan los muros de hombres, de acero, dispuestos a morir antes que entregarse o doblegarse. Es algo que debiera dudarse, si no conociéramos la base que lo resiste. —Pero no solamente tiene el interés de la novedad social allí descrito; en este libro se dicen las verdades con tal unción y belleza que el alma se conmueve y embarga de un bienestar de esperanzas.

Siempre, siempre, una luz suavísima. A veces, leyéndolo, creemos percibir el mismo resplandor que Leonardo supo poner en la cabeza de Jesús. El mismo dolor, tan acendrado en las almas de los revolucionarios, se pinta allí con acentos de una tenuidad similar al gemido. Los mismos hombres, tan gigantes para ansiar el voltijeo del mundo, se nos aparecen como sombras claras, pero siempre como sombras. Nada en el libro acusa una realidad dura, perceptible, vulgar. Todo, por el contrario, es esencia vital, espíritu.

Madre —palabra símbolo— fue escogida para nombre del libro. Quiso Gorki dibujar la raíz de una humanidad nueva, y supo que solamente de la madre es de donde puede venir.


Tomado de
Social. Vol.16, Núm.10, febrero, 1931, pp.20 y 69.

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Comentarios
Indira Montejo Lamas
6 meses

Muy interesante.

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Calixto Pérez Luis
6 meses

Realismo Socialista y/o lo que el viento se llevó.....

1
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Y. J. Hall
6 meses

Muy acertado eso de que el comunismo es una religión y una secta (satánica), Leí el libro tal vez en el preuniversitario. Sólo me quedan imágenes borrosas de obreros llenos de grasa bebiendo vodka después del trabajo en una taberna. Me gustaría volver a leerlo. Creo que Gorki tuvo mucho líos con el régimen soviético y puede que hasta lo hayan asesinado.

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